No era Pasapalabra el espacio más rompedor de la programación que nos entretiene. Su fórmula de preguntas y respuestas se acercaba más a un modelo clásico de hogar confortable a la hora de la cena, inspirado en los orígenes de un género, el de los concursos, casi tan antiguo como la propia televisión. Pero había logrado convertir en actual lo tradicional y conseguía situarse entre los programas más vistos de cada día gracias a un gancho imbatible: El Rosco. Esa ronda final trepidante era un imán para captar espectadores y generaba en los últimos minutos del espacio una tensión que muchos días reunía a una de cada cuatro personas que estaban ante la pantalla.
Ese pico de audiencia era oro para la cadena y la razón última por la que todos querían tener un Pasapalabra que abonara el camino. A esa inyección diaria de seguidores que suponía El Rosco le debía el informativo de Pedro Piqueras una parte nunca calibrada del éxito que lo ha mantenido durante años como el noticiario estrella de las nueve. Aún es pronto para valorar el impacto, pero en los primeros días ya ha notado la ausencia. Telecinco ha sustituido el único espacio cultural que le quedaba por estirar Sálvame al mismo precio mientras inventa una solución. Pasapalabra parece un formato demasiado jugoso como para dejarlo morir.
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