John Bercow abandona. Las célebres llamadas al ooorder! de Mr. Speaker tienen los días contados en el parlamento británico. Hizo una promesa a su mujer Sally y a sus tres hijos para poner fecha de caducidad a sus aventuras como portavoz de Westminster. Y eso hará. Su salida (31 de octubre) debería coincidir con otra largamente aplazada: La del Reino Unido de la UE. El caos puede ser doble.
Ha sido precisamente el brexit la arena donde ha podido brillar más este carismático y camaleónico conservador de Middlesex que pasó de jalear a la ultraderecha y apoyar la segregación racial en su juventud a votar en contra de prohibir la adopción a las parejas del mismo sexo en el 2002 o del brexit en el 2016.
Querido en la bancada laborista, denostado en la tory (lo consideran un traidor), pero respetado por todos los comunes, Bercow ya ha hecho historia tras 10 años en el cargo. ¿Cómo se consigue eso? Con ecuanimidad, ingenio, sentido del humor y unas buenas cuerdas vocales entrenadas todos los fines de semana con los goles del Arsenal. Su peculiar estilo para pastorear al rebaño de ruidosos y desenfrenados diputados británicos ha traspasado fronteras.
Más allá de los desternillantes momentos que ha legado, se admira el coraje con el que ha defendido a la institución de los regates del Ejecutivo de Theresa May y del «ultraje institucional» perpetrado recientemente por Boris Johnson para suspender durante cinco semanas al Parlamento y consumar el divorcio con la UE. Ha sido precisamente su denodado esfuerzo por dar voz a los remainers lo que ha irritado tanto a sus compañeros del partido, quienes denuncian su falta de neutralidad y su complicidad con los activistas por la permanencia. Le acusan de abandonar el cargo para facilitar la llegada de otro portavoz dispuesto a seguir entorpeciendo el proceso del brexit.
Acostumbrados a maniobrar en la sombra y a intervenir con altivez y malos modales, los tories se han sentido fuera de juego por el respaldo de Bercow a las mociones y enmiendas de la oposición y su empeño en dar voz a los partidos más minoritarios. No le perdonan su origen obrero ni su metamorfosis política. «Como diputada de un partido con un solo miembro aquí es muy fácil sentirse marginada así que le agradezco que siempre haya incluido a los Verdes. Gracias por su sentido de justicia» le llegó a dedicar la diputada ecologista Caroline Lucas en su despedida. «Nuestra democracia es más fuerte siendo usted portavoz de este Parlamento. Haga lo que haga cuando termine aquí, lo hará con el agradecimiento de muchísima gente», se sumó el líder laborista, Jeremy Corbyn. Hasta el tory Michael Gove elogió su lucha sin cuartel para devolver a Westminster la energía y la firmeza perdida tras décadas de mustio y decadente parlamentarismo.
Y es que todos, de alguna manera, han salido ganado con Bercow en el trono de la Cámara baja. También los ujieres, liberados de las costosas, obsoletas y esperpénticas pelucas que portaban para honrar 200 años de tradición. Este «estúpido enano arrogante», como lo bautizó el ex ministro de Sanidad, Simon Burns, relajó el código de vestimenta hasta el punto de familiarizar al público con sus horrendas corbatas de estampados florales y animal print. También ordenó el establecimiento de una guardería en el propio Palacio para facilitar la conciliación laboral y se negó a abrir las puertas de Westminster al presidente de EE.UU., Donald Trump, por sexista y racista: «La intervención de un líder extranjero en el Parlamento no es un derecho automático, es un honor que se debe ganar», justificó entonces.
Sin más ooorder! en la sala, sin el guardián del Parlamento y con la incertidumbre de un brexit sin acuerdo, el disorder está garantizado en Westminster.
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