Agosto en Vetusta

Antonio Masip
Antonio Masip OVETENSES

OPINIÓN

El Regreso de Williams Arrensberg (estatua popularmente conocida como El Viajero), en Oviedo
El Regreso de Williams Arrensberg (estatua popularmente conocida como El Viajero), en Oviedo Tomás Mugueta

10 sep 2019 . Actualizado a las 18:44 h.

Como llevo mucho escrito y pensado sobre Oviedo, ya habré mentado más de una vez cómo Clarín describía el agosto vetustense, que dejaba con apenas seis socios el Casino, que presidía Álvaro Mesía, liberal, aunque el personaje en su autocomplaciente belleza masculina fuese tomado de José Sierra, conspicuo carlista.

En aquellos tiempos de la gran Literatura, los trabajadores, y aún menos los llamados autónomos, desconocían las vacaciones pagadas, pero el vacío lo producían las grandes familias que, como enfatizaba con entusiasmo Víctor Quintanar, el antiguo regente, se largaban a ¡Palomares y a la Costa! para que el aire y el sol peinasen higiénicamente el cuerpo ocioso. Ni siquiera en la Real Audiencia había interrupción para escribanos, jueces y/o abogados. Pese a esa adversidad laboral, los medios económicos y la precariedad del transporte, Oviedo/Vetusta no dormía la famosa siesta sino un sueño más fantasmal y profundo. El llamado pueblo llano no desaparecía pero devenía invisible.

Cuando fui alcalde, ya con vacaciones generalizadas, aunque no para todos, estadístico paro galopante, transportes públicos y cierre agosteño en la Audiencia y la Universidad, esa gran ausente de La Regenta, Oviedo tenía mucho todavía de su trasunto Vetusta. Algo hicieron los progresos social y cultural para que se removiese. Muchos tomaban vacaciones fuera, pero en absoluto pasaron a mirarse en las grandes familias, que nunca renunciaron a sus costumbres, más o menos readaptadas. La juventud esa sí que se miró fuera y rompió la modorra localista y hasta los jubilados se pusieron en marcha para cargar, como se dice, unas corpóreas pilas, metáfora neologista inimaginable antaño. Y el panorama paisajístico de la ciudad ha cambiado con oleadas turísticas ajenas al magín y al talento de Clarín, apenas ceñido al Balneario de Las Caldas, a dos leguas y media de Vetusta.

En una breve transición esos turistas foráneos, foriatos les decía Joaquín Manzanares, o de tierra adentro, ante el Lloviedo de Fernando Beltrán, preferían como aquellos vetustentes Palomares o la Costa, pero  ahora, por fin, si la incultura proverbial del nuevo alcalde no los expulsa, españoles y extranjeros seguirán valorando el atractivo de esta ciudad de ensueño, donde agosto no es agosto ni nuestros visitantes se asan como en más de media España.