Como era de esperar, los intentos de frenar la estrategia del brexit de Boris Johnson en los tribunales empezaban a desinflarse ayer mismo, cuando un juez rechazó suspender cautelarmente la decisión del primer ministro de reducir el tiempo de debate parlamentario antes de la salida de Gran Bretaña de la UE el 31 de octubre. Los magistrados, este y otros, todavía tienen que dictaminar sobre el fondo del asunto, pero poco importa, porque Boris ya ha cumplido con su objetivo, que era forzar a sus enemigos a anticipar sus planes y darle la batalla la semana que viene, que es cuando le conviene a él, y no a mediados de octubre, que es cuando él estará negociando con Bruselas cambios en el tratado de salida de la UE. Es muy revelador el desconcierto de los anti-brexit, que todavía pierden el tiempo con estas querellas legalistas sobre nimiedades (¿qué más da que el Parlamento tenga tres o cinco semanas para deliberar?).
Decimos Boris, pero no es él quien está detrás de esta estrategia maliciosa y audaz. Boris Johnson es un político simpático pero excesivo, con poca ideología y ningún sentido táctico. La arquitectura de esta formidable batalla entre el Ejecutivo y el Parlamento ha salido de Dominic Cummings, su asesor especial, el hombre que estuvo detrás del éxito de la campaña a favor del brexit. Cummings ha tomado el control del 10 de Downing Street, apartando a los funcionarios de carrera, de los que sospecha (con razón) que trabajan para impedir el brexit, y ha despedido ya a dos asesores del Gobierno por reunirse con rivales dentro del Partido Conservador. Su punto de partida es que para conseguir una renegociación del tratado con la UE es preciso mostrar que Londres no tiene miedo al brexit duro y que el Parlamento no va a poder impedirlo. Si la Cámara no logra hacer caer a Boris la semana que viene (digamos que hay un 50 % de probabilidades), habrá cumplido esos dos objetivos.
Después de eso, ¿conseguirán Boris y Cummings que la UE renegocie el tratado de salida? La UE, contrariamente a lo que piensan los anti-brexit, ya no quiere más dilaciones. Quiere que este asunto se acabe de una vez y ve con terror la posibilidad de que Gran Bretaña siga en mitad del camino hasta la primavera próxima. Por otra parte, Bruselas no quiere un brexit duro. Así que, en efecto, cabe la posibilidad de que Boris se salga con la suya. Pero eso le plantearía un dilema: seguramente lograría una mayoría para hacer aprobar ese brexit, pero luego, cuando haya elecciones (y las habrá muy pronto) perdería, porque para los más recalcitrantes del brexit eso no sería suficiente y muchos votos conservadores se irían al Partido del Brexit de Nigel Farage. Los intereses de Boris Johnson y los de Gran Bretaña pueden, por tanto, estar enfrentados. ¿Hará el sacrificio? Quizás no lleguemos a saberlo nunca, porque los anti-brexit parecen empeñados en provocar una salida sin acuerdo, resolviendo así el dilema de Boris de la manera más favorable para él.
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