Ya en su día, con los casi cien millones que el Real Madrid pagó por Ronaldo, se abrió un debate sobre la conveniencia o no de abonar semejante cantidad por un futbolista, por muy bueno que fuera y por mucho rendimiento que pudiera dar. En unos tiempos en los que la sociedad tiene apremiantes retos por delante y grandes carencias que subsanar, dedicar cifras multimillonarias al fútbol genera controversia e incluso lleva la discusión al terreno moral.
Aquellos cien millones por Cristiano Ronaldo ya fueron ampliamente superados por otros futbolistas, como Bale, Coutinho, Dembelé o Neymar. Ahora, ya se habla de que el PSG venderá al brasileño por 250 millones de euros y que tanto Barça como Madrid suspiran por cerrar la operación. Si algo parece claro es que el fútbol no tiene medida alguna y que detrás de las pasiones que genera en las gradas hay toda una industria y un entramado de intereses cruzados y ambiciones ilimitadas que acaban derribando cualquier puerta.
Pero el problema no es solo que alguien pueda pagar por Neymar 250 millones, amén de darle un sueldo de 38 netos cada año y de que se haga de oro en multitud de bolos publicitarios. La cuestión es que incluso en Segunda División nos encontramos a futbolistas con nóminas de un millón de euros. Un solo jugador de segundo nivel puede costar mucho más que la masa salarial de empresas que sufren para tener al día a sus numerosos trabajadores.
El fútbol tiene muchas cosas buenas y hay que reconocer que en varios aspectos ha mejorado sustancialmente con respecto al pasado, pero le sigue acompañando una desmesura que coquetea con la inmoralidad o, directamente, se sumerge en un océano de indecencia. Y esto se refleja como nada en el caso de Neymar. El brasileño ha demostrado que es uno de los grandes futbolistas del mercado internacional, pero su rendimiento en el Barcelona no pasará a la historia. De hecho, Messi conquistó más Champions con Xavi e Iniesta a su lado que con Neymar. Además, su comportamiento ético sobre el terreno de juego siempre ha estado en cuestión. Y mucho peor ha sido su forma de actuar fuera del césped, donde ha protagonizado demasiados líos, dando muestras de poca profesionalidad y de que es lo más parecido a un problema con patas. Estuvo en el Barça y siempre se especuló con la posibilidad de que se fuera al Madrid u a otro club. Finalmente, dejó plantada a la entidad culé y se fue a Francia, donde casi nada más llegar comenzó a ser un cáncer y pronto se iniciaron los rumores de su posible marcha. Neymar ha hecho méritos para depreciarse considerablemente, amén de distanciarse de los valores que deberían acompañar a una estrella de carácter mundial.
Sin embargo, su precio ha subido y parece que, aunque fuera mediante jugadores, alguien está dispuesto a pagarlo. El mensaje es desolador, el dinero se mueve a conveniencia de quienes mueven los hilos del fútbol y no tiene nada que ver con la lógica del mérito y los valores de una sociedad desarrollada que basa sus decisiones en una moral bañada por la mesura, el equilibrio y sobre todo por una moral que no permite el agravio grosero de que a un botarate no le quepan los millones en la caja mientras el resto son unos parias en un mundo tremendamente injusto.
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