El PNV representa la esencia del pactismo. Independentistas de Pajares hacia el norte, saben que un Gobierno débil es la mejor forma de aumentar la tajada económica. Sus seis diputados son una máquina de generar ingresos para una de las comunidades más ricas de España, que compite dopada con su régimen fiscal y que goza de unos altísimos niveles de autonomía.
Navarra es el patio de atrás particular de ese PNV que poco a poco ha ido asentándose como el partido de referencia en esa comunidad. Para vencer las reticencias de los navarros, el PNV disfrazó su marca y no paró de crecer desde el final del terrorismo etarra. Primero se camufló entre el marasmo de siglas de Nafarroa Bai (Navarra sí), una especie de En Marea local que lideraba el propio PNV, pero que incluía a los exbatasunos de Aralar, Eusko Alkartasuna y un sinfín de pequeños partidos de la órbita secesionista.
El experimento saltó por los aires en el 2014 porque la facción más próxima al PNV acusó a algunos de sus socios de coquetear más de la cuenta con Bildu en el Ayuntamiento de Pamplona. El resultado fue una escisión y una refundación bajo el nombre de Geroa Bai (Sí al futuro) en la que seguía el PNV con el barniz local de Atarrabia Taldea y Zabaltzen.
Con la anuencia de los socialistas y los bildutarras, y el apoyo de 53.000 votos, colocaron a su cabeza de lista, Uxue Barkos, como presidenta navarra. El pasado mes de mayo, esa amalgama subió seis mil votos, pero los constitucionalistas de Navarra Suma ganaron las elecciones.
Perder Navarra era algo que el PNV no quería ni podía permitirse. Gracias a la ambición de María Chivite, que solo obtuvo 11 de los 50 escaños del Parlamento foral, Geroa Bai conservará su estructura de poder en la comunidad foral, que estará regida por un cuatripartito en el que se incluirán elementos de Podemos y en el que será imprescindible el apoyo de Bildu para sacar adelante cualquier texto legal.
Por mucho que se haya querido disimular, el futuro de Madrid pasaba por Navarra. Y el PNV ha conseguido, como primer pago por sus cotizados votos, disgregar al constitucionalismo y mantener el proceso de euskaldunización en su patio trasero. Por lo menos, han ayudado a hacer feliz a María Chivite.
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