Hace 37 años la socialista catalana Marta Mata hizo el descubrimiento de su vida: la lengua hechiza las almas, que se reconocen como hermanas de destino universal en forma de nación. Con tal epifanía, Mata corre a ver a Jorge Pujol, que ya barruntaba ese destino universal, a la par que el destino de él mismo y de su clan como atracadores de sus encantados gobernados. Pujol entendió al pronto el planteamiento antropológico de Mata y dio comienzo, con el total respaldo del PSC, el proceso de inmersión lingüística, un eufemismo que escondía el ahogamiento, precisamente por inmersión, del castellano, idioma que hoy es tenido por satánico.
Y es en este momento cuando surge Pedro Sánchez y fija un nuevo rumbo al PSOE. En 1974, en la localidad francesa de Suresnes, Felipe González descabalgó a Rodolfo Llopis e inició cambios transcendentales que terminaron con la renuncia al marxismo y la adhesión al ideario de la socialdemocracia del alemán Willy Brandt, anclada en ideas que se cruzaban en un punto esencial, el humanismo, la antítesis de los nacionalismos autoritarios y los populismos demagógicos.
Pedro Sánchez se ha hecho ahora con el poder en el PSOE y ha zarpado del punto esencial que acabamos de mencionar. Para Sánchez, el humanismo ya no tiene sitio en un presente donde se vive el mayor proceso global de idiotez jamás visto en la Historia, por el que las masas, paradójicamente iletradas y, sobremanera, enajenadas por políticos sin autoridad intelectual y ética, se entregan a los extremismos más perversos, entre ellos el odio hacia quienes no pertenecen a su tribu.
Cuando hay que unir fuerzas para combatir al neonacionalismo, Sánchez está permitiendo que en Cataluña se dé el apartheid, que se llame ratas a los constitucionalistas, repugnante insulto que acaba de ser usado por Trump contra los representantes del pueblo que no son blancos. No solo eso, Sánchez pacta con la izquierda racista (ERC, Compromiso, Más), se reúne con la izquierda populista (Podemos), se deja querer por la proetarra (Bildu). Pero tampoco eso es todo. Sánchez es capaz de denigrar a la derecha española y, a la par, considerar digna, apta para entenderse, con la que representa el PNV y Geroa Bai (el PNV navarro), que es una derecha bicéfala: xenófoba hasta la médula y consentidora con los colectivos aberzales radicales.
Sánchez, pues, camina entre racistas, y no es el único, pues ahí está su cohorte. Aparte del socialista valenciano Ximo Puig apoyándose en Compromiso, de la socialista navarra María Chivite aceptando la posible abstención de Bildu y del socialista Javier Lambán con los separatistas aragoneses, un último nombramiento ha certificado la consolidación del nuevo rumbo del PSOE: Francina Armengol, presidenta socialista de Baleares, ha puesto al frente de la Consejería de Educación y Política Lingüística a Martín March, posiblemente el más feroz de los nazis de la península y sus islas. Si hasta ahora la imposición del catalán en la Sanidad y la Educación de Baleares ha obligado a exiliarse a quienes pueden, especialmente los médicos, con March las islas disputarán con Cataluña ser el Reich de los Reiche anti Weimar. (En Asturias los socialistas acaban de poner la fabada a cocer con una consejería que incluye la Política Lingüística).
El PSOE ha muerto. Viva el PSOE.
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