«Un ventrudo sapo graznaba en su pantano cuando vio resplandecer en lo más alto de las toscas a una luciérnaga. Pensó que ningún ser tenía derecho de lucir cualidades que él mismo no poseería jamás. Mortificado por su propia impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su vientre helado. La inocente luciérnaga osó preguntarle: ¿por qué me tapas? Y el sapo, congestionado por la envidia, solo acertó a interrogar a su vez: ¿por qué brillas?».
Esta fábula, recogida en el libro El hombre mediocre, del magnífico ensayo del escritor argentino José Ingenieros, nos viene al pelo para hablar del perfil del hombre mediocre y envidioso. Recientemente hemos conocido la noticia de que el presidente de EE.UU. se retiró del acuerdo multilateral nuclear con Irán -con todas las consecuencias que la decisión conlleva, no hay más que leer la prensa diaria- por el mero hecho de que había sido impulsado por Barack Obama. Y si lo pensamos fríamente, el recorrido de Donald Trump desde que fue elegido ha sido un poco la de sapo ventrudo: tapar todo lo que, como consecuencia de su antecesor, brillaba a su alrededor.
Nuestro sapo tiene algo contra la luciérnaga Obama, o mejor dicho, está obsesionado con él. Reparen, si no, que se hizo presidente por Obama, o más concretamente por su hostilidad hacia Obama. Durante un tiempo, además, dirigió todas sus energías en poner en entredicho tanto su lugar de nacimiento como sus méritos académicos, en borrarle no solo del panorama político sino también de los libros de historia. Y es que, en el fondo, el sapo quiere ser luciérnaga: quiere ser elegante e intelectual, tener talento y don de gentes y que el mundo lo tenga en la más alta estima.
Pero el sapo es sapo y es muy difícil cambiar su naturaleza. Porque Trump puede haber adquirido riqueza económica, sí, pero no cultural, o al menos no de cara a los que a él le gustaría. Como perfecto mediocre, constantemente se queja a golpe de tuit de no ser lo suficientemente reconocido, gustado, agradecido, elogiado. ¿Por qué la luciérnaga tenía todo esto, se pregunta, y yo no? ¿Por qué el mundo adoraba a Obama y por extensión a EE.UU. y ahora lo odia a él? El sapo no encuentra respuesta y, congestionado por la envidia, solo le queda saltar sobre la luciérnaga para cubrirla con su vientre helado.
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