El pasado 18 de mayo, hizo ayer dos meses, publiqué en estas páginas una columna que decía: «Imagino a Pablo Iglesias en el palacio de la Moncloa. Eso de terminar el Consejo y marcharse a casa o volver al despacho sin más no entrará fácilmente en sus costumbres y necesitará una charleta con el presidente porque para eso es su aliado y no un ministro más. Necesitará más que cualquier otro sentarse con frecuencia en la mesa del portavoz, porque tiene mucho que explicar de lo que su ministerio llevó a Consejo. Si se trata de medidas sociales, se sentirá obligado a explicar que gracias a Podemos sí se pueden cambiar cosas en España. Tendrá que hacer esfuerzos sobrehumanos por mantener la identidad de su partido, no sea que lo vayan a confundir con el Socialista. Y muchas noches, la ensoñación: ya hemos conseguido entrar en los ministerios. Ahora, a por la presidencia».
Recordé este texto ayer, al escuchar cómo Pedro Sánchez le explicaba a García Ferreras por qué no quería a Iglesias en su Gobierno, si es que llega a formarlo. Pero el jefe del Gabinete en funciones no podrá hacer nunca una confesión de ese estilo. Lo que hizo fue envolverse en su vestimenta de hombre de Estado y decir cosas de mucha mayor solemnidad: no puede estar en el Consejo de Ministros quien habla de presos políticos, es partidario de la autodeterminación o critica la aplicación del 155 «y yo necesito un vicepresidente que defienda la democracia española». Como posición de gobernante, intachable. Como claridad de posición, absoluta. Es muy difícil criticar al señor Sánchez por estas palabras, aunque se le podría replicar: si Iglesias tiene ese inconveniente, también lo tendrá cualquier otro ministro que busque en las filas de Podemos. Si alguien pensara distinto a Pablo Iglesias, o no estaría en la dirección del partido, o no tendría su visto bueno para entrar en el Gobierno.
Ahora bien: Pedro Sánchez le ha echado mucho valor. Va a la confrontación directa con quien podría ser su aliado. No se anda con medias tintas ni frases diplomáticas. Puñetazo sobre la mesa que hace saltar todas las fichas del dominó. Ecos en Esquerra Republicana y en el palacio de Torra por la referencia a los tabús nacionalistas. Y quedándonos en el Congreso de los Diputados, el desafío es de órdago: ahora demuestre usted, señor Iglesias, que no tenía ningún interés personal en la demanda de ministerios. Si no lo tenía, acepte el rechazo de Sánchez a su nombre, acepte el nombramiento de otras personas ?Irene Montero, ¿por qué no?? y firme un acuerdo de coalición. Ese es el disparadero en que le pone su rival y medio socio en funciones. Todos, obligados a retratarse, como corresponde al tenso momento español.
Comentarios