Desde cualquier posición ideológica se debería mantener un respeto por todos los credos religiosos y también por los de aquellos ciudadanos indiferentes o que se pueden sentir ofendidos por las manifestaciones públicas de carácter religioso que resulten contrarias a sus principios y creencias.
España es un país constitucionalmente laico, con todas las connotaciones y matices pertinentes, y por ello debe de respetar el interés general frente a otros intereses, por tradicionales que se puedan invocar. La tradición también significa transmisión de doctrinas y ritos, que no siempre merecen el crédito de una parte cada vez más significativa de la ciudadanía.
Sería positivo que la Iglesia Católica explicase con claridad el significado del verbo «bendecir». Quizás en el caso concreto de la bendición de las aguas de la bahía gijonesa, significado real sea mucho más que «invocar en favor de alguien o de algo la bendición divina o colmar de bienes a alguien o hacer que prospere» como recoge el Diccionario de la RAE
Cada secta o confesión religiosa es muy libre de organizar a sus expensas, para sus correligionarios o para quienes lo deseen, actos concordantes con sus credos, ritos y doctrinas, pero la representación de la máxima autoridad municipal debe de ser ponderada a la hora del ejercicio público de sus funciones, precisamente en base a lo establecido en el artículo 16 de la vigente Constitución. No está precisamente la Iglesia Católica en condiciones de dar lecciones de comportamiento cívico ni de recriminar opciones legítimas de las autoridades civiles.
Por otra parte, si de lo que se trata es de anteponer el «sentimiento gijonés», se debería preguntar a la Iglesia, qué efectividad real han tenido las sucesivas bendiciones sobre la salubridad de las aguas gijonesas y el bienestar de los pescadores. No son precisamente bendiciones lo que demanda la bahía gijonesa, sino un plan de medidas de prevención, saneamiento y control real sobre la bahía y sus aguas, para garantizar la salubridad de las mismas y mejorar substancialmente la vida de los pescadores.
Es por ello que no debería abrirse ningún debate sobre esta cuestión tan manida ya por ser un tema de creencias religiosas, o no, y cada cual desde el respeto puede pensar, creer o hacer lo que le apetezca, pero seguro que a los/las gijoneses/as nos preocupa más la contaminación de la playa y su deterioro constante por la inmensa pérdida de la arena que todo lo demás. Porque está claro que en lo primero, cada cual puede elegir lo que prefiera, en lo segundo y verdaderamente serio, se necesitan soluciones políticas urgentes y de mucho calado.
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