Pequeños y robustos. Sufridos y valientes. Humildes y rebeldes. Indómitos y libres. ¿A qué podría estar describiendo al antiguo pueblo asturiano, ese que ya se ha llevado el tiempo y los avatares de la historia? Pues la verdad que sí, pero estoy refiriéndome a los asturcones, esos caballos que son ya una de las metáforas más bellas y realistas de la lucha contra la extinción del ADN asturiano.
Corrían los años 70 del siglo XX y los asturcones languidecían casi sin remisión. El éxodo rural y la imparable mecanización de las labores agrícolas, los condenaba lenta e inexorablemente al ostracismo y la desaparición. Pero a veces la historia se escribe con renglones derechos, afortunadamente.
En aquel tiempo aún quedaban ganaderos en el entorno del monte Sueve, ganaderos concienciados y luchadores, auténticos visionarios y adelantados a su tiempo, que vieron la extinción del Asturcón como un símbolo del devenir de Asturias en las décadas siguientes. Y no se resignaron. Fue así como empezaron a pelear sin descanso por salvar la raza de este espléndido y noble poni autóctono.
Fueron años de dar la voz de alarma, de buscar apoyos y de trabajo incesante. Y por supuesto, fueron tiempos de puesta en marcha de proyectos e ideas para dar vida, larga vida al asturcón. Una de aquellas iniciativas fue la ya famosa Fiesta del Asturcón, que desde los años ochenta viene celebrándose cada mes de agosto en la majada de Espineres, en el Monte Sueve.
Poco a poco la fiesta fue poniendo a los asturcones en el punto de mira del resto del mundo y fue dándolos a conocer. Poco a poco las gentes de todas partes, iban interesándose por la historia y la personalidad de estos animales, que durante miles de años habían estado, en silencio, al servicio del progreso de la Humanidad.
Casi cuarenta años después de aquellas primeras gestas y de aquellos gestos de conciencia, los asturcones han renacido -cual Ave Fénix- de las cenizas del olvido y la desidia. Hoy hay más de 2.500 ejemplares en Asturias, y esta cifra es lo suficientemente significativa como para considerar que esta raza astur se encuentra fuera de peligro.
Pero la lucha de aquellos ganaderos continúa. Actualmente han tomado el testigo de aquellos primeros peleones, las generaciones siguientes -que no son menos peleonas- entre otras razones porque todos sus integrantes, de una forma u otra, tienen vinculación familiar o afectiva con esa montaña mágica que contemplan todos los navegantes del mundo cuando se acercan a Europa, el Monte Sueve, siempre lleno de misterios y prodigios.
Así que los defensores de este animal de connotaciones legendarias, son descendientes de aquellos que amaron el Asturcón por su lealtad a la supervivencia del pueblo asturiano en momentos muy complicados, donde comer cada día era un reto y casi una bendición del cielo que acaricia el picu Pienzu.
Y ahora lo que buscan con ahínco es que esta fiesta, su fiesta, sea declarada de Interés Turístico Nacional, por la relevancia que esto supondría para la difusión de la vida y cultura generada en torno al caballo asturcón.
Desde hace años y especialmente en los últimos doce meses, Víctor Villar y Javier Escobio recorren miles de kilómetros buscando apoyos institucionales y cívicos para conseguir este reto, que consideran irrenunciable.
Esperemos que la diosa Fortuna se alíe con los asturcones, y que la diosa de la sensatez y la justicia, si es que existe todavía en algún credo o rincón del alma humana, conceda a estos ponis la dignidad universal que se merecen, como un testimonio vivo de la lucha de un pueblo y una cultura por sobrevivir a la adversidad.
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