Solo había entrado en esa cafetería para tomar una Coca-Cola y leer un poco, y sin embargo me encuentro escuchando una conversación entre dos mujeres. Una le dice a la otra si ha oído la noticia: han encontrado en el barrio de Salamanca (Madrid) el cadáver de una mujer de 83 años, fallecida hace cinco años en su piso. «Nadie la había echado de menos, hasta que una sobrina residente en el extranjero avisó a la Policía», le dice. «Parece que la humedad del piso evitó que el cuerpo se pudriera y se conservó momificado».
Dicen que los escritores no escogemos a nuestros personajes sino que estos se nos imponen, más o menos como los sueños, por algún motivo que desconocemos. Como Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello, que aparecen ante un director de escena para revivir su tragedia sobre las tablas, esta mujer momificada vino a mí. Nadie, ni un pariente, ni un vecino, ni el portero, ni el banco que le siguió cobrando las facturas, ni la peluquera que la peinaba todas las semanas, la había echado de menos en cinco años. Amanda Jospe, se llama. O se llamaba. Era psicóloga de profesión.
Pero no voy a hablar solo de ella. Porque, aunque el caso de Amanda pueda ser excepcional, la muerte en soledad no lo es. La soledad de los mayores en España es uno de los problemas de nuestra sociedad y afecta especialmente a las mujeres: son casi 400.000 las que tienen más de 84 años y viven sin compañía.
De esto, y de sus consecuencias catastróficas, habla La teoría sueca del amor (The Swedish Theory of Love) un documental de 2016, del cineasta ítalo-sueco Erik Gandini, que muestra el lado oscuro de vivir en un país escandinavo regido por el ideal de la independencia del individuo. En el caso de Suecia, todo empezó en 1972 cuando el Estado se propuso construir una sociedad donde «toda persona debe de ser considerada como un individuo independiente». Así, los padres ya ancianos no dependen del cuidado de sus hijos. Los adolescentes tienen más oportunidades para convertirse en adultos con total estabilidad. Las parejas no tienen dependencia, ni económica ni afectiva, entre sí. El Estado, a través de guarderías, residencias para mayores y todo tipo de ayudas, sustituye a la familia y los amigos como red de protección. Cuando alguien muere, los objetos de valor son recogidos por una empresa del Estado que se dedica a ello, el resto es echado al basurero. De este modo, sin la necesidad de pedir ayuda o favores, el contacto humano queda reducido a la mínima expresión.
¿Y los hijos? ¿Cómo se resuelve este tema? Pues a través de la fecundación asistida, que llega en forma de kit a casa. Solo son 20 minutos lo que se tarda en encargar un hijo, «y después ella puede seguir con su vida, sin la intempestiva llegada del amor y su caótica salida, sin la necesidad de un hombre», aclara en el documental el director del banco de esperma más grande de Suecia.
El largometraje de 90 minutos se estrenó en el 2015. Si pensamos en cómo las redes sociales y las nuevas tecnologías han cambiado la forma en la que interactuamos con los otros, hoy todavía tiene más alcance. Porque aunque la idea puede parecer perfecta a primera vista (al menos a los suecos les debió de parecer), enseguida vemos su efecto inesperado: una plaga de soledad. Al no necesitarlos, los nórdicos se han ido aislando de parientes y amistades. El resultado es el elevado porcentaje de escandinavos que, como Amalia en su piso del barrio de Salamanca en Madrid, viven y mueren solos.
Solamente había entrado en esa cafetería para tomar una Coca-Cola y leer un poco, y sin embargo, como un personaje de Pirandello, Amanda Jospe salió de la niebla del olvido. Vete tú a saber por qué vino a mí. En todo caso, algo sí me ha hecho reflexionar: lo último que deseo para esta sociedad, es algo parecido a la teoría sueca del amor.
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