Pablo Casado destrozó los quitamiedos de la carretera y esmendrelló el vehículo del PP en la cuneta de la derecha. Inmediatamente, en fulminante reacción, ha dado un volantazo para devolver el automóvil al centro de la calzada que nunca debió abandonar. El golpe le ha devuelto la cordura: ahora ya sospecha que el credo aznarista conduce al desastre, que los invitados a compartir con él la gobernación de España pertenecen a la extrema derecha y que el lema «Centrados en ti» de Rajoy continúa siendo válido, con solo aplicarle un ligero retoque: «Centrados en tu futuro».
Otra cosa es que consiga su propósito. El coche ha sufrido enormes desperfectos y los mecánicos del PP tendrán que emplearse a fondo para repararlo. Y el conductor ha salido tan maltrecho del lance que existen serias dudas de que los facultativos le concedan una segunda oportunidad. En todo caso, antes de que se dicte sentencia sobre su futuro político, Casado tendrá dos oportunidades de demostrar que su viraje va en serio.
La primera, el lunes, cuando acuda a la Moncloa, en respuesta a la inteligente invitación que Pedro Sánchez cursó a los líderes de los principales partidos, con exclusión de Vox. Y allí, si de verdad aspira a reconducir su partido hacia el centro, le aguardan dos tareas. Una de carácter formal: devolverle al PSOE las credenciales de partido constitucionalista que intentó arrebatarle, hurto frustrado por el pueblo soberano. La otra, de mayor enjundia: el anuncio urbi et orbe de que el PP ejercerá una oposición dura pero leal y constructiva al Gobierno de España. Lo que implica menos crispación y mayor voluntad de acuerdo en los grandes temas de Estado.
Para recuperar su condición de partido de Gobierno, el PP debe bajar del monte y ocupar la estrecha y oscilante franja de terreno que separa derecha e izquierda. Necesita resituarse en la frontera con el PSOE, posición que ahora mismo ocupa Ciudadanos: su gran adversario.
Más que oportunidad, las próximas elecciones autonómicas y municipales constituyen una prueba de fuego para Casado. Un terrible dilema. Imaginemos que los resultados son similares a los del pasado domingo. La del PSOE sería entonces la lista más votada en muchas grandes plazas y en once de las doce comunidades que acudirán a las urnas el día 26. ¿Qué hará entonces Pablo Casado? ¿Permitirá que los socialistas acaparen más poder o telefoneará a Rivera y Abascal para reeditar la fórmula andaluza? Y si opta por lo último, ¿qué réditos obtiene? El PP gobierna en cuatro de esa docena de autonomías, pero pasaría a presidir solo tres: mantendría Castilla y León y Murcia, y le arrebataría Castilla-La Mancha a los socialistas. El PSOE subiría de cinco a seis. Y el premio gordo se lo llevaría Ciudadanos: dos bastones de mando -Madrid y Aragón- y tres vicepresidencias. Y a saber cuántas codiciadas alcaldías como pedrea.
Negocio ruinoso para el PP, que volvería a endeudarse con la ultraderecha, a intereses de usura, solo para engordar a Ciudadanos. Y final trágico del conductor tras un mes de agonía.
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