No hay ataques químicos con herbicidas en esta conflagración electoral, ya solo faltaba. Lo cual no quiere decir que no haya agente naranja en la derecha, al estilo de la guerra de Vietnam. Se llama Albert Rivera. Quién sabe si con él al final acaban preparándose un zumo. Los candidatos se han puesto muy verdes. O sea, a parir, a caer más de un caballo que de un burro, léase Abascal. Tras su irrupción, el verde ha alterado su significado. Estos políticos se apropian de colores y acaban destrozando hasta poemas. Si hoy recitas «verde, que te quiero, verde» te da un escalofrío. De colores dijo Rivera una obviedad en la tele: España no es de rojos y de azules. Pedro Sánchez le respondió: usted, señor naranja, es azul oscuro, casi negro. Los colores del desengaño. De jersey negro vistió Pablo Iglesias en el último debate. El color del luto. Lo cierto es que hace solo cuatro años se iba a poner morado a votos. La política da peculiares combinaciones cromáticas. El domingo será una noche negra para algunos. El lunes, día marrón por excelencia, hay quien se va a comer ese color. La campaña empezó de azul descolorido Pablo Casado, acusando a Sánchez rojo PSOE de tener las manos rojo sangre. Se pasó de cromatismos. Y agoniza en colores también: el del jersey de una candidata de afilada lengua. Una del PP, vestida de amarillo en TV3. Cayetana (Álvarez de Toledo) abofeteó a todo el independentismo sin levantar la mano. Con un color. Así de sencillo. El amarillo, que no es patrimonio de nadie. Lo trágico es que haya que decirlo.
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