Assange, el fin de la utopía «hacker»

OPINIÓN

PETER RAE | EFE

Sus extrañas alianzas con Rusia y el supuesto papel, exagerado o no, de WikiLeaks en la intoxicación de las elecciones norteamericanas del 2016 que elevaron a Donald Trump a la presidencia, han llevado a su desprestigio y al de Internet como herramienta política de cambio

13 abr 2019 . Actualizado a las 09:24 h.

El caso Assange es, en sí mismo, un resumen de algunos cambios que han sucedido en los últimos años. La detención el jueves del famoso hacker, su aparición esposado en la puerta de la Embajada de Ecuador en Londres, envejecido, con barba de profeta y ojos de anacoreta al que visiblemente molestaba la luz natural, significa el fin de una extraña aventura inmóvil, pero también de otras cosas. La conclusión del ciclo bolivariano en América del Sur ha dejado desprovisto a Assange de su protección en la legación ecuatoriana. El auge del movimiento #MeToo le ha privado del apoyo de un sector crucial entre los medios y la clase progresista. Las extrañas alianzas de Assange con Rusia y el supuesto papel, exagerado o no, de WikiLeaks en la intoxicación de las elecciones norteamericanas del 2016 que elevaron a Donald Trump a la presidencia, han llevado a su desprestigio, al de Internet como herramienta política de cambio y al de la contradictoria utopía hacker de transparencia y anonimato que proponía Assange.

Pero algunos cambios circunstanciales también favorecen a Assange. La oposición de izquierda en Gran Bretaña se ha radicalizado en los últimos tiempos y empieza ya a darle su apoyo, más por la voluntad de erosionar al débil Gobierno conservador de Theresa May que por auténtica convicción. Assange ya no es útil para la izquierda más que en su condición de estorbo para la derecha, y la lucha contra su extradición que anuncia el Partido Laborista es más bien un acto reflejo: los laboristas se oponen por sistema a las extradiciones, ya sea de inmigrantes ilegales o de predicadores yihadistas. Si, como esperan muchos, hay elecciones en el Reino Unido pronto y, como suponen algunos, menos, llega al poder el laborista Jeremy Corbyn, Assange podría salvarse.

No es del todo imposible, incluso, que el propio Gobierno de Theresa May acabe frenando la extradición, como hizo ya en el caso de otro hacker, Gary McKinnon, reclamado por Estados Unidos a cuenta de delitos muy parecidos a los cometidos por Assange. Da la impresión de que Washington es consciente de la extradición no está ganada. Gran Bretaña es un aliado, y su preocupación por las actividades de Assange es similar a la de los norteamericanos. Pero su sistema judicial es enormemente garantista. Quizás por eso Washington ha hecho saber que, de ser juzgado en Estados Unidos, Assange solo se enfrentaría a una condena máxima de cinco años de cárcel, menos, paradójicamente, que el tiempo de su autoimpuesto enclaustramiento en la embajada ecuatoriana. No era esto lo que daban a entender las autoridades norteamericanas, que hasta ahora habían insinuado que Assange podía pasar muchos años en prisión. La cuestión es si Assange puede fiarse de Washington. Y si Washington puede fiarse de Assange.

Mientras tanto, la acusación inicial de «violación» en Suecia, la que llevó realmente al acoso a Assange, ha pasado a un segundo plano, dando crédito a la sospecha, más que razonable, de que era una trampa para cazar al hacker.