Que estamos yendo hacia un nuevo orden mundial es algo ahora tan evidente que pocas dudas admite, aunque hace apenas meses pocos darían esta afirmación por buena. Una manifestación más de la velocidad del cambio y del aumento de la incertidumbre que caracteriza nuestra etapa. He seleccionado cinco razones para sustentar dicha aseveración.
Por un lado, la que podríamos llamar nueva guerra fría entre Estados Unidos y China, con un protagonismo creciente y buscado de la nueva Rusia. La decidida defensa del multilateralismo que hizo Merkel en la reunión de Múnich no es más que una respuesta de cómo la nueva estructura mundial afecta a Europa.
Por otro lado está el reconocimiento de una circunstancia no esperada, aunque previsible. La globalización económica favoreció a los mercados asiáticos, principalmente China y Corea del Sur. Ahora son ellos los que dominan o lideran la tecnología y crecen en su participación y protagonismo en la economía mundial. Ante eso, la respuesta estadounidense no se hizo esperar. Una política proteccionista de los mercados interiores que dio lugar a un neonacionalismo. Había que ir a una desglobalización parcial para poner puertas a China.
Hay un tercer factor. La nueva política del petróleo, como casi siempre, utilizado como arma política estratégica. La caída buscada del precio no ha sido más que una acción encaminada a restar peso y protagonismo a los países productores del Oriente Medio, y de aniquilar el régimen dictatorial de Maduro, llevando a una caída de los ingresos y un empobrecimiento bien visible en la crisis humanitaria de Venezuela. Claro que el mantenimiento de los bajos precios tenía un tiempo límite, y que llegado a este punto los problemas de los Emiratos Árabes, manifiestos en la crisis de las ostentosas metrópolis del desierto, y la necesidad de las potentes compañías del fracking, financiadoras de la campaña de Donald Trump, de recuperar competitividad mediante el aumento del precio del crudo. En esta tesitura, las caídas de Maduro y del ISIS deberían ser inmediatas, para no insuflarles nuevas fuerzas económicas. Y en eso estamos.
Queda el cuarto factor. El apoyo de Estados Unidos a los movimientos populistas mal llamados de ultraderecha, que en realidad son movimientos neonacionalistas con apoyos estratégicos del lobby americano. Por ahí va también la ruptura de la Unión Europea y la fragmentación del espacio euro. Empezó por el brexit y ahora ya nos llega a casi todos los países.
Y añado un quinto factor: la nueva carrera espacial y armamentística como factores de prestigio y de respeto. En el caso de la OTAN ya afecta a las inversiones militares nacionales, y en el mundo abre una nueva oportunidad de negocio para las empresas de armamento americanas.
No son pocos los factores en juego, y su puesta simultánea en la escena mundial no deja duda de la importancia que la designación de una persona como Trump ha tenido para poner en marcha la gran estrategia americana: atemperar el crecimiento económico y tecnológico asiático, y reforzar el liderazgo en el conocimiento mundial y en la información, precisamente las principales armas de la estrategia bélica del siglo XXI.
Y con estas bazas, y contando con las debilidades sociales del imperio chino, que ya empiezan a ser amenazas, se construye el nuevo orden mundial, en el que ya se vislumbran nuevos polos, también en Asia, a la vez que Europa se diluye.