Quieran los hados que los actuales propietarios del centro comercial instalado en el edificio conocido popularmente como el Calatrava sepan lo que se hacen cuando, de la mano de la empresa a la que confían la gestión de la transformación del equipamiento (Estabona Management), deciden dar la puntilla al Modoo (así se llamaba), desalojar a todos sus arrendatarios (excepto el Burger King, al estilo de la aldea gala por todos conocida, en el inicio de una batalla legal por el cumplimiento de las obligaciones contractuales contraídas) y convertir el espacio en un desolado escenario cinematográfico de terror, muestra plástica del hundimiento de un proyecto comercial. Benson Elliot (a mí el nombre me recuerda al gag aquel de Benson Señora de Un cadáver a los postres), al parecer firma de importancia en el mercado de la propiedad inmobiliaria en Europa, y sus gestores delegados, quieren «ejecutar un plan de negocios enfocado en las necesidades definidas del mercado con un profundo conocimiento de los requisitos locales» (según reza la página web de estos últimos); aunque la verdad es que, por el momento, no se han preocupado ni mucho ni poco en dar a conocer su proyecto a la sociedad ovetense, que legítimamente se interroga por el futuro de una parte nuclear de un proyecto, el complejo que ocupa el solar del antiguo estadio Carlos Tartiere, que ha sumado decepciones hasta tener que ser rescatado en parte por la iniciativa pública (al adquirir los edificios de oficinas el Principado y asumir el Palacio de Congresos el propio ayuntamiento).
Al antiguo centro comercial se lo ha llevado por delante la evolución del sector en nuestra ciudad en apenas una década de vida. Todo envejece muy rápido y bastante mal en el Calatrava, lamentablemente. No hace falta repasar de nuevo el elenco de despropósitos que ha llevado a la ruina económica del proyecto, el descalabro de sus promotores, la desfiguración del skyline ovetense y el desastre urbanístico en toda regla que esta aventura ha supuesto, de manera irremediable. El arquitecto valenciano ya lleva la carga de que la gente haya puesto su nombre para definir el adefesio, pero, aunque no debamos darle -en modo alguno- las gracias, no es el principal responsable, pues nada se entendería sin la gestión del exalcalde, Gabino de Lorenzo y su Operación de los Palacios, saldada con daños y pérdidas para todos y cada uno de los actores políticos, institucionales y empresariales intervinientes, pero, sobre todo, para la ciudad y sus habitantes.
Me tocó, cuando surgió el proyecto comercial, presenciar en primera fila el alumbramiento, levantando entonces desde la oposición municipal la voz, con poco éxito, junto con algunas voces autorizadas de la sociedad civil. Wenceslao López, hoy alcalde, fue, precisamente, una de las más destacadas, destripando con acierto, en sucesivos artículos, el quebranto para el interés público escondido en la transacción, cuando parecía anatema cuestionarla. Algunos dijimos, en aquel momento, que modificar a conveniencia de la empresa adjudicataria el contrato de la Operación de los Palacios y, a su vez, la ordenación urbanística en proceso de revisión, para dar acomodo a calzador a una gran superficie en ese espacio, no era una decisión juiciosa. Asturias ya había alcanzado, en el Área Central, exceso de oferta comercial, singularmente en la modalidad de hipermercados, y no era difícil apreciarlo y anticipar un reajuste venidero. A esta evidente realidad se unieron la curva declinante de consumo (imposible pensar en el sostenimiento indefinido del modelo de la primera década de este siglo) y, desde luego, los efectos letales de la Gran Recesión, no esperable en su intensidad, aunque sí lo fuese la aparición de una crisis cíclica con la que se desvaneciese un sueño irreal de consumo ilimitado y siempre creciente. El resultado es la tristísima imagen de la parte comercial del Calatrava cerrada, los puestos de trabajo perdidos y la enorme incertidumbre que se abre, mientras los propietarios y gestores no anuncien de manera transparente e inteligible cuánto, cuándo y cómo van a invertir. Más vale que lo hagan pronto, porque ni la ciudad ni el barrio de El Cristo-Buenavista, castigado por la falta de materialización de alternativas para la plaza de toros y para los terrenos del viejo hospital (aunque este mandato se ha comenzado, por fin, con el diseño necesario), se pueden permitir un foco más de preocupación. Esperemos que acierten, en un entorno de reconversión del comercio minorista tan radical: no hay más que ver la infrautilización de espacios en otras superficies abiertas en los últimos 25 años.
El tiempo nos ha dado la razón en muchas cosas a quienes fuimos escépticos o abiertamente críticos con la apertura de un centro comercial en el Calatrava, aunque alegrarse por ello sería sencillamente estúpido. Lo que toca es trabajar en conocer y facilitar las inversiones necesarias. Pero, si estas fallan o no se concretan razonablemente a corto plazo, será el momento de tomar decisiones desde los poderes públicos para un equipamiento emplazado en un solar que fue patrimonio municipal y que, ahora, claramente ha perdido una parte muy significativa de su valor, poniéndose a tiro
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