«Y cae al fin... y nadie sabe, / ni nadie pregunta por qué ha caído». Valgan estos versos de Rosalía de Castro como expresión de una verdad de sobra conocida, como es que el problema de Alcoa es una realidad que nos precede y que, podríamos decir metafóricamente, se pierde en la noche de los tiempos. Sabido es que se remonta a 2014, o incluso antes, y que el Gobierno del PP no dio una solución definitiva, lo que contribuyó a fermentar una situación que estalló el pasado otoño con la decisión de la empresa de cerrar sus plantas de A Coruña y Avilés.
¿Qué ha hecho el Gobierno para minimizar las consecuencias negativas de esta decisión unilateral? Lo primero, actuar con firmeza para evitar los despidos. En segundo lugar, convocar a las partes para trabajar de manera conjunta en la búsqueda de soluciones. Este método ha demostrado eficacia y ha desembocado en positivos desenlaces, como los logrados en Vestas, Cemex o Made. Pero, ¿qué ocurre con Alcoa? Independientemente de las causas de fondo de la decisión de cierre, hemos asistido en estos meses -como en los relatos de Cunqueiro- a una extraña mezcla de realidad y ficción. Llamo «realidad» a gestionar los problemas de manera discreta, a trabajar con responsabilidad y sin descanso. El ministerio no se ha puesto de perfil, ha dado la cara, ha buscado fórmulas y ha pisado territorio para dialogar con los trabajadores. No hemos sido ajenos a su legítima movilización. Los comités de empresa de las factorías saben que el ministerio ha estado siempre de su lado.
Como contraste, denomino «ficción» a la ceremonia de la confusión que algunos se empeñan en escenificar, retransmitiendo el día a día de la negociación para obtener rédito en términos políticos o de imagen, jugando a la contra para eludir responsabilidades, formulando críticas oportunistas y generando falsas expectativas que, lamentablemente, solo avivan la incertidumbre y enturbian los procesos de diálogo, los únicos que pueden arrojar frutos positivos. Quien ha decidido abandonar es Alcoa, y siempre hemos entendido que quien ha generado el problema ha de participar en la solución; así se lo hemos hecho saber reiteradamente. Por su parte, los trabajadores han cumplido responsablemente, «parando el corazón» de las fábricas y esperando que las administraciones y la empresa estén a la altura. El Gobierno ha puesto sobre la mesa todos los instrumentos a su alcance, respetuosos con las normas comunitarias, y que pueden activarse de forma inmediata. La cercanía del final de la legislatura y el hecho de no contar con unos nuevos Presupuestos Generales del Estado limitan la acción pero no nuestro compromiso con el mantenimiento de las capacidades productivas y los puestos de trabajo. Esa ha sido -y será en el futuro- nuestra prioridad. El Gobierno es realista, no hace demagogia.
¿Qué soluciones han aportado los demás? ¿Qué intereses permanecen ocultos? En nueve meses hemos colocado la industria al nivel de política de Estado, pero no parecen haberlo entendido las formaciones políticas que han antepuesto sus intereses particulares al interés general, generando ruido para dificultar el camino. Los brindis al sol quedan muy bien, pero el «caso Alcoa» necesita sensatez y determinación. El Gobierno está en eso. Hemos tratado de transmitir tranquilidad y certidumbre, hemos sacado adelante el marco normativo necesario y hemos cumplido con el compromiso de presentar en tiempo y forma una propuesta de Estatuto para el Consumidor Electrointensivo. Estamos en la fase de presentación de alegaciones que, a buen seguro, perfilarán un texto que servirá de marco duradero para las 253 empresas electrointensivas existentes en España y contribuirá al mantenimiento de más de 150.000 empleos directos e indirectos.
Concluir el trámite administrativo, hacer el seguimiento adecuado del acuerdo y valorar las ofertas de inversores para alcanzar una solución definitiva antes del 30 de junio componen nuestro horizonte inmediato.
Porque resolver el «caso Alcoa» es responsabilidad de todos. Aún estamos a tiempo. En este momento crucial, todos tenemos que ofrecer lo mejor de nosotros para que la actividad económica y el empleo en Galicia y Asturias duren, parafraseando a Cunqueiro, «mil primaveras más».
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