Que la transición no fue perfecta, es algo que ya nadie duda a estas alturas de la película: una enseñanza concertada pagada por todos para difundir en muchísimas ocasiones un ideario reaccionario, un estado federal incompleto, un mercadeo constante de los presupuestos para conseguir el favor de unos territorios, un régimen de libertades bastante incompleto, una monarquía en pleno siglo XXI, una protección de los derechos sociales bastante pobre (considerados “principios rectores de la economía” en lugar de derechos), territorios donde la lengua propia no es oficial como Asturies o León, un sistema electoral profundamente injusto que favorece a la meseta y una incapacidad de sacar del todo la religión del Estado…
Sin embargo, con todos sus fallos, no se nos puede olvidar que la Transición tiene también cosas buenas y, una de las mejores, es el consenso. O, dicho de otra forma, la capacidad de entablar el diálogo entre personas de diferentes ideologías y opiniones y la posibilidad de crear soluciones que, sin ser al gusto de todos, sí pueden ser aceptables por todos. Cuando Javier Maroto dice que un gobierno de Pablo Casado prohibiría la manifestación a la que muchos ciudadanos preocupados por los derechos civiles fuimos en Madrid el pasado 16 de marzo, lo que está diciendo es que no quiere consenso. Cuando el independentismo exige un referéndum en el que el 51% de los catalanes va a imponerle al otro 49% que no quiere el ser una comunidad autónoma o el ser un país independiente, sin ninguna opción entre medias, también están cargándose el consenso.
Recuperar este consenso no puede pasar por un enfrentamiento perpetuo entre los nacionalistas de uno y otro signo ni ser una pelea por ver quién tiene la bandera más grande o saca más votos. Algo tan serio como un Estado (sea éste catalán, asturiano, europeo o español) tiene que ser, necesariamente, un proyecto de consenso y que busque integrar a todo el mundo en él. Por eso, un proyecto de Estado que tenga como premisa el hecho de que sólo existe una identidad nacional en España (o en Cataluña, o en Asturies...) y que todos tenemos que compartirla está destinado al fracaso y al enfrentamiento y, en consecuencia, a ser un proyecto débil y en constante cuestionamiento. No puede haber, en nuestras sociedades, espacio para el “estamos en España/Asturies/Cataluña, habla en español/asturiano/catalán” ni demás actitudes cerriles que ningunean la diversidad del otro.
Las identidades en la época en la que cada vez más universitarios hacen Erasmus son múltiples e inclusivas y los estados también deben serlo
Necesitamos proyectos estatales que se basen en la libre aceptación de todo el mundo; en el reconocimiento de los sujetos políticos nacionales y en que se puede ser perfectamente español y catalán, asturiano y español, belga y francés, italiano y castellano… Las identidades en la época en la que cada vez más universitarios hacen Erasmus son múltiples e inclusivas: Los estados también deben serlo. De nada sirve hacer proyectos como el centralismo de la extrema derecha o el independentismo del 51% contra el 49% donde una única identidad, lengua o forma de ver las cosas es la válida. En 2019, con más de treinta años de pertenencia a la Unión Europea sabemos que es perfectamente posible ? si dejamos de utilizar las identidades como un arma ? crear proyectos armónicos en los que sea compatible una identidad nacional catalana, asturiana o castellana y una ciudadanía Española; es perfectamente compatible un Estado Federado Catalán, Gallego, Asturiano o Leonés y una República Federal Española y, me atrevería a decir, estaríamos todos mucho mejor en ella sin sentirse una y otra parte en un constante “estado de amenaza”.
Pero para hacer esto tenemos que tener en cuenta que no hay una “única forma válida” de ser asturiano, español o catalán. Tenemos que entender que las lenguas españolas deben de estar todas en pie de igualdad no sólo en las Comunidades Autónomas en las que se hablan sino en los órganos estatales. Debemos entender que RTVE, que es de todos, debe emitir en las lenguas de todos. Debemos entender que no puede ser que un niño que vive en Llanes acabe la primaria sin saber una sola palabra de catalán, la segunda lengua española más hablada (más de un 20% de los españoles la sabe hablar) ni, tampoco, un niño que vive en Huelva ignorar lo más básico sobre la lengua asturiana.
Desde aquí, desde el reconocimiento de lo que hace específico a cada pueblo, sociedad y cultura de España, se puede hacer un proyecto que sea capaz de superar la brecha que el referéndum y las actitudes cerriles del “a por ellos” han abierto. Un proyecto que entienda que España es un país plurinacional y como tal debe organizarse, que España es un país plural y que ésa es su mayor riqueza; que entienda que cualquier identidad nacional, siempre que sea respetuosa con las demás y respete la pluralidad, tiene en ella su cabida. ¿Se acuerdan de aquellas personas de blanco que se manifestaban y decían “parlem”? Pues eso mismo, “parlem” ya de una vez.
Más que la Constitución del 78, debemos rescatar el espíritu del 78 de crear consensos
En definitiva, necesitamos menos Constitución del 78 y menos referenda y más “espíritu del 78”. Necesitamos ? y creo que a estas alturas de la película somos perfectamente capaces y maduros como sociedad de hacerlo ? crear un Estado Federal en el que haya espacio para la convivencia, para el multilingüismo, para las identidades nacionales múltiples, dobles y únicas, para el reequilibrio territorial, para la convivencia pacífica y, así, concentrar las fuerzas en lo verdaderamente importante: aumentar la calidad de vida de las personas, reducir las desigualdades y ampliar los derechos sociales y humanos de todo el mundo.
Hemos conseguido crear un Estado en gran medida al margen de la religión, en el que conviven cívicamente personas que tienen convicciones religiosas e íntimas muy poderosas y, a su lado, gente que no las tienen, ¿No es perfectamente factible crear un estado que permita lo mismo para las identidades y convicciones nacionales? Creo que la historia y los ejemplos que nos rodean no hacen más que demostrarnos que sí, que hay mil ejemplos desde Suiza hasta Canadá, pasando por Bélgica donde podemos mirarnos y también creo que en Asturies y en España hay creatividad suficiente para proponer soluciones propias y cerrar de una vez por todas este “problema” que, desde luego, como no se va a solucionar, es agitando una bandera muy fuerte sea ésta del color que sea.
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