«Vox es el franquismo, exactamente lo que nos quisimos quitar de encima», así titulaba este lunes, 18 de marzo, Eldiario.es una larga entrevista con el veterano periodista Iñaki Gabilondo. Cuando hizo esa afirmación no conocía que Vox llevaría como cabezas de lista al Congreso por Cádiz, Castellón y Alicante a tres generales, dos de ellos firmantes del manifiesto «Declaración de respeto y desagravio al general D. Francisco Franco Bahamonde. Soldado de España»; otro general será el candidato a alcalde de Palma de Mallorca, no se sabe si incluirán a más en sus listas. Ese mismo día se difundieron dos entrevista con Iván Espinosa de los Monteros, uno de sus máximos dirigentes y número tres de la candidatura por Madrid: en Antena3 lanzaba la propuesta de que fuesen prohibidos los partidos que «no creen en la unidad de España o no renuncian del marxismo» y en otra, que le hicieron días atrás en Miami, se mofaba de la izquierda española, sucia, mal vestida, con coleta, y consideraba a Albert Rivera un «izquierdista aseado». Espinosa de los Monteros es empresario e hijo del marqués de Valtierra, un señorito, se diría en los años treinta, un pijo, en épocas más recientes.
Señoritos y generales reaccionarios, les falta algún cura para redondear la imagen del viejo fascismo español. Nunca se habían visto tantos espadones en la política desde el reinado de Isabel II. Supongo que el señor Abascal, a pesar de su patriotismo, tiene más como modelo a Bolsonaro que a Narváez.
Tenía razón Iñaki, nacionalismo español, ultracentralismo, reivindicación de las tradiciones religiosas más antiilustradas, de los toros y el folclore más castizo, antifeminismo, antimarxismo, solo faltan en su discurso los masones, lo de los judíos queda demasiado feo en el siglo XXI. No extraña que hayan fichado para el Senado a José María Marco, escritor famoso por su libro contra Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza.
Vox es una amenaza para la democracia. Si bien su objetivo explícito no es establecer una dictadura de partido, personal o militar, la convertirían en un régimen en el que se pueda votar, pero no elegir libremente; acabarían con la libertad de expresión; marginarían o perseguirían a las minorías y a los disidentes; retornarían al nacionalcatolicismo y a la legislación machista. El dilema en las elecciones no está en elegir entre «constitucionalistas» y «anticonstitucionalistas», sino entre demócratas y enemigos de la democracia. Por eso, cada vez se entiende menos la posición de Ciudadanos, ese partido al que los ultras consideran «izquierdista». Penosa es también la deriva del PP ¿cómo puede buscar la alianza con Vox justo cuando el Partido Popular europeo se plantea la expulsión del señor Orbán?
No me gusta establecer paralelismos anacrónicos, pero precisamente estos días explico a mis alumnos cómo el fascismo italiano y el nazismo alemán llegaron al poder gracias a coaliciones con partidos liberales, centristas y conservadores, que decidieron blanquearlos. Es bien sabido que, una vez que lo asumieron, solo una terrible guerra pudo desalojarlos de él. El pretexto de Cataluña no sirve para ocultar lo que es verdaderamente importante: si se está con la democracia o con el neofranquismo.
Las manifestaciones del 8 de marzo demostraron que la España real no es la de la radicalizada prensa madrileña, tampoco la de Colón. Es probable que este Vox abiertamente franquista quede por debajo de lo que le atribuyen ahora las encuestas, pero sigue asustando la deriva de PP y Ciudadanos. No puede haber democracia sin una derecha que acepte sus valores, quizá una derrota en las urnas sea la única forma de que retorne a la moderación.
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