Los ocho capítulos del documental de Netflix sobre el caso de Madeleine McCann si algo producen es desasosiego. Una inquietud de principio a fin que no hace más que agigantar la nebulosa de un caso en el que todo es incertidumbre. Y en eso acierta la película de Netflix porque si el espectador espera sacar alguna conclusión, no será más que la de ir montando y desmontando una y otra vez los argumentos de todos los que participaron en el caso. Contradicciones y más contradicciones. No acabas de creerte a los padres, no acabas de creerte al policía portugués y no acabas de creerte a los amigos que esa noche cenaban juntos en el Ocean Club de Praia da Luz. Lo único que queda claro después de ver el documental es que Madeleine ni con la ayuda de Scotland Yard va a aparecer, pese a que quede ese final abierto de las películas que no tienen fin. Esa sensación de desasosiego es en sí misma la conclusión de un suceso que sigue espeluznando diez años después y del que diez años después no se ha respondido a casi ninguna cuestión de manera concreta. A excepción del comisario Gonçalo Amaral, que le puso todos los tintes de novela negra y se atrevió a inculpar a los padres, aunque sin ninguna base científica como pretende demostrar la cinta. Esa terrible certeza de que Madeleine no volverá es lo que más revuelve de una historia en la que nadie, aquí se ve, ha querido contar la verdad.
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