Decía Marx, me refiero a Don Groucho que no a Don Carlos, algo así como que: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados».
No podemos deducir que tal conclusión de tan ingenioso personaje sea una máxima, ahora bien, hay comportamientos absurdos que proliferan en nuestros políticos haciendo de aquella un pensamiento más generalizado de lo que se desea. Expresión de ello es la decisión adoptada por nuestro presidente de Gobierno, el doctor Sánchez y Pérez-Castejón, de exhumar los restos de Franco, sin deparar que esa decisión, al margen de la familia de aquel, podría constituir un delito de profanación previsto y penado en el artículo 526 del Código Penal; constituyendo, de otro lado, un despropósito jurídico promulgar una ley para un supuesto concreto, cuando el principio erga omnes es esencial en cualquier ordenamiento jurídico. Por eso, aquella decisión ha sido mero voluntarismo propio de una precipitación incontrolada, tal vez aconsejada, y permítanme tan disparatada ironía, por algún astronauta con una visión espacial más allá de la estratosfera. Señor Sánchez, ha fracasado usted. Algo en apariencia tan sencillo se ha vuelto como un bumerang en su contra. Se termina la legislatura y solo le queda confiar en que, si alcanzare a Gobernar la siguiente -conmigo no cuente para que sea así- pueda sacarse algún conejo de la chistera. La familia del finado no le ayudará. Los Benedictinos, como un ejército de la Legión, sin otras armas que su obligación de custodia del templo, su credo y su obediencia tampoco colaborará ni le permitirá aquella exhumación. Y sigamos con la ironía. Qué pena señor Sánchez, los españoles sabíamos que si usted hubiera logrado o lograre algún día aquella ensoñación, el paro bajaría exponencialmente, el producto interior bruto alcanzaría máximos histórico, los nacionalistas, separatistas y secesionistas catalanes cantarán al unísono el Himno de Covadonga, usted sería presidente de la República, el PNV se disolvería, la inversión en I+D+I de capitales extranjeros llegaría a chorros, los inmigrantes no llegarán en pateras ni hará falta un apoyo que usted niega a las Fuerzas de Seguridad del Estado en cumplimiento de la ley, porque lo harán en grandes yates con muchas divisas y con grandes proyectos inversionistas.
Al final todo es pura ironía, aquel proyecto suyo una quimera y, en conclusión, no le queda más que resignarse a reflexionar sobre lo que en su día me recomendó el desaparecido Filósofo Gustavo Bueno: «Váyase a practicar yoga al valle de Los Caídos»
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