Juan Gómez era un chaval de un barrio malagueño que, cuando llegó a la universidad, comprobó que Introducción a la Teoría Económica amenazaba con extracción de sensibilidad social. Así que decidió saltar a la facultad de filosofía en compañía de una guitarra que conoció poco tiempo antes y que le robó el corazón.
Tan enamorado estaba, que dejó también la filosofía para dedicar todo su tiempo a la música. Llegó con tanta pasión al Conservatorio que hizo cuatro cursos en dos años y cuando creyó que tenía destrezas suficientes también lo dejó y se puso a escribir canciones para no tener que seguir cantando los versos de otros.
Y escribe tan bien, que me da miedo escribir y describir con manidos tópicos la habilidad con la que engarza géneros que van del funk a la rumba con letras en las que comparte sus reflexiones más y menos mundanas a la vez que expresa un sentido compromiso social. Un tipo al que no imagino haciendo anuncios de casas de apuestas, vamos.
Este chaval, de nombre Juan Gómez, es hoy, además, El Kanka. Un cantautor que mi pareja me dio a conocer hace tres o cuatro años, un poco por casualidad, y del que, desde entonces y tres discos más tarde, no deja de sorprenderme una falta de reconocimiento mediático y popular de primer nivel. En mi entorno casi nadie lo conoce. Todavía; que no pierdo ocasión para remediarlo.
De hecho, hace unos días, buscando algún vídeo para enseñar a un amigo muy musiquero que no lo conocía, me enteré de que pasó como artista invitado por Operación Triunfo. Aunque de carambola, porque Amaia, la poco convencional ganadora de OT 2017, no disimulaba su entusiasmo por las canciones de El Kanka. Yo, que nunca he visto OT, me sorprendí viendo un vídeo en el que ella, en la academia, versiona al piano una de las más divertidas; y no fue esa que dice «pelo en la axila». Así descubrí, de carambola también, el talento de Amaia. No hay mal que por bien no venga.
Hasta al propio Juan, que tan discretamente se ha labrado su prestigio convirtiéndose en antítesis del éxito efímero, le parecía surrealista ser una «estrella invitada» en ese producto televisivo de consumo masivo y fugaz. Y aunque es verdad que no va de Joaquín Sabina, aún, veremos cómo le sentará a su ego la popularidad que merece. Por otra parte, la comparación con Sabina es inevitable, y no sale mal parado. Incluso tiene poco que envidiar a figuras consagradas como Pedro Guerra, Rosana, Ismael Serrano o Jorge Drexler, con quien ha cantado una canción de su último disco. Todo ello, intuyo, conservando la proximidad del colega de barrio que toca en los garitos de la ciudad quedándose con todita la peña en cada bolo.
A mí, que desde la psicología política doy tanto la turra con el concepto de alienación, me encanta que El Kanka cante a la insumisión y nos recuerde que «El amo nos dice que no debe quedar ni un solo perro sin amo; que debemos querer lo que ellos quieran que queramos».
A fin de cuentas, y recreándose en una de sus últimas canciones en la tradición de la canción popular latinoamericana, confiesa que canta para arrojar a la codicia mar adentro y a los ilustres codiciosos monte abajo, para que el tiempo no se compre con dinero; para que las canciones sean las banderas. Y yo, las suyas, las ondeo con mucho gusto.
¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.
Comentarios