La Venezuela de Nicolás Maduro es un desastre absoluto, sin paliativos. La crisis económica, social y política en la que ha sumido al país el sucesor de Hugo Chávez es gravísima, con un éxodo sin precedentes de ciudadanos que han tenido que huir para buscarse la vida. La represión de la oposición política, la destrucción de las instituciones democráticas y la liquidación de los medios de comunicación no afectos al régimen han ido in crescendo. Es un país que ya solo conserva la fachada de una democracia, pero que se parece cada vez más a una dictadura, a un Estado fallido. «Venezuela padece la tragedia humanitaria más grave que ha vivido América Latina en dos siglos, una especie de lento genocidio por el hambre, la pobreza y las enfermedades de todo un pueblo por parte de una camarilla de militares y truhanes», aseguraba a este periódico el intelectual liberal mexicano Enrique Krauze hace cuatro meses.
Maduro ganó el pasado mes de mayo unas elecciones a las que no concurrió la mayoría de la oposición por considerar que no había garantías de que fueran limpias. A principios de enero tomó posesión. La Asamblea Nacional, el parlamento controlado por la oposición, reaccionó desafiando al régimen al negarse a reconocer el nuevo mandato de Maduro por otros seis años. Le consideraron un presidente ilegítimo, un «usurpador». En respuesta, el Tribunal Supremo declaró inconstitucional a la Asamblea Nacional y anuló todas sus decisiones, entre ellas la de nombrar a Juan Guaidó, de 35 años, como su presidente. En este escenario se inscribe el movimiento de Guaidó proclamándose presidente interino de Venezuela. Algo para lo que tampoco tiene legitimidad. Su decisión ha recibido el apoyo de toda la oposición y de los líderes en el exilio. Pero lo más importante es que rápidamente el presidente Donald Trump ha reconocido al nuevo mandatario. Le han seguido Bolsonaro y otros presidentes latinoamericanos. El alcance de esta operación aún está por ver, pero es el intento más serio de deponer a Maduro desde que llegó al poder.
Podría tener las horas contadas. Todo dependerá de lo que haga el ejército en las próximas horas. El escenario más terrible sería el inicio de una guerra civil. Según el secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, el objetivo es «establecer un Gobierno de transición y preparar a Venezuela para unas elecciones libres y justas». Pero, lo que es más importante, llamaba a los militares venezolanos a «apoyar los esfuerzos para restaurar la democracia».
Krauze afirmaba en la citada entrevista que una intervención militar de Estados Unidos en Venezuela sería «una desgracia para Venezuela y todo el continente». Veremos en qué queda la injerencia de Trump, si solo en un apoyo diplomático o va a más. Es decir, si recurre a la invasión militar para imponer el cambio de régimen. Con este presidente cualquier cosa es posible. De momento, asegura que utilizará «todo el peso del poder económico y diplomático para presionar por la restauración democrática».
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