Creció entre montañas y valles, tan bellos y auténticos como a día de hoy lo es la cocina que firma cada día como autor. Aunque su formación universitaria lo llevó por los caminos de la economía, siendo un brillante alumno y doctorando de Administración y Dirección de empresas, Luis Rugarcía no quiso abandonar el gran tirón emocional que sentía por la hostelería, cuyas virtudes y esclavitudes había mamado desde el minuto uno de su vida.
Es un excelente administrador del legado de sabiduría que ha recibido de las mujeres de su vida, especialmente de su bisabuela, Tensia; de su abuela, Telva; de su tía y madrina, la afamada cocinera María Rugarcía, y de su discreta y encantadora madre, Mari.
Chef por una equilibrada mezcla de azar y vocación, bebe de la tradición más oriental de Asturias, a las mismas faldas de la cordillera del Cuera y en los aledaños de los Picos de Europa, y nunca olvida la herencia materna que le viene de la Cantabria más montañesa dibujada en un lugar como de cuento llamado Cires.
Amante de la naturaleza cien por cien y de la cocina ecológica y sostenible, es un abanderado de la slow food y de la slow life, y cultiva con respeto total al medioambiente, cocina de la misma manera, y cuando los platos llegan a la mesa lo hacen con la garantía de calidad y el mimo que sabe poner el mejor Rugarcía.
Además, tiene una gran vocación a la ganadería y le encantan las vacas, las ovejas, las cabras, o los gochos, y se esmera en su cría, como si de su propia familia se tratase. Los animales de Luis están tan cuidados que parecen auténticos ministros de la gastronomía, habitando plácidamente en la mítica ribera del Cares, en las proximidades de la aldea de Para, y siempre escoltados por la silueta inconfundible del Picu Peñamellera.
Aunque nunca estuvo en una escuela de gastronomía, su afán investigador, su inquietud constante por formarse, su capacidad de observación, y su respeto por los mayores -a los que escucha con devoción- han convertido a Luis en un maestro culinario antes de cumplir los cuarenta.
Persona humilde y generosa, su estilo culinario es limpio, transparente, valiente, sin complejos y siempre anclado a los sabores y saberes de antaño, como si fuera una especie de rapsoda de los fogones, que siente una imperiosa necesidad de mostrar y demostrar lo mucho y bueno que ha recibido de los supervivientes que le precedieron.
Es todo lo contrario a un divo, por eso está más cerca de los sabios, y su cocina -en la que habitualmente está acompañado de su madre Mari y de su hermana Sofía- es un espacio de puertas abiertas, donde siempre hay un saludo, un detalle, un mimo o un plato de comida para quien llega hambriento, y es que la familia Rugarcía parece sacada de un pasaje bíblico.
Definitivamente, Luis es como un personaje llegado de otro tiempo: disfruta con la restauración de antigüedades, con los bolos, con la tonada, con las conversaciones de los pescadores de salmón -pasión heredada de su padre Antonio-, con los paseos por Estenes y con las subidas al picu El Paisano, o con las historias de indianos.
Sea como fuere, la vitalidad de la cocina asturiana en su frontera más oriental tiene un nombre propio y un sólido heredero, y ese es Luis Rugarcía Gómez, un chef de hoy, que se alimenta de tiempos ancestrales…
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