Mientras escribo esto miro una foto de hace casi diez años. Recoge un momento universal y casi un género fotográfico: el instante previo a un beso. Francisco y Mercedes, rodeados por una multitud, se miran fijamente a los ojos. La mano derecha del hombre reposa sobre el hombro izquierdo de la mujer, atrayéndola, creando un espacio de intimidad en medio del tumulto. Sus labios, separados por unos centímetros, sonríen antes de buscar el recatado final en la mejilla.
La foto fue tomada en Valencia de Don Juan, provincia de León y colonia de Asturias, en el verano de 2010. Un grupo de entusiastas militantes se movilizaban pidiendo la vuelta de Francisco Álvarez-Cascos al frente del PP asturiano para acabar con largos años de gobiernos socialistas y decadencia de los populares. Entre los más fieles de aquellos fieles estaba Mercedes Fernández, Cherines.
El resto de la historia es bien conocida: Rajoy se opuso al retorno, el PP asturiano se partió en dos y Cascos creó un partido como un dios alumbra un hijo, a su imagen y semejanza. En esa grieta, Mercedes Fernández decidió quedarse del lado de su partido. Las siglas pesaron más que los afectos y aceptó ponerse al frente de los restos del PP asturiano que dejó la batalla. Fueron años duros y amargos, sin otro mérito que aprobarle algún presupuesto a Javier Fernández a cambio de mutilar el impuesto de sucesiones ni más alegría que animar las convenciones nacionales de su partido. Y cuando por fin la derecha empresarial y mediática asturiana se conjura con más fuerza que nunca para alcanzar la tierra prometida del gobierno asturiano, acaba de ser apartada y relevada por Teresa Mallada, por decisión soberana, democrática y mayoritaria de todos los dedos de la mano de Pablo Casado.
A Mercedes Fernández se la llevan por delante las nuevas necesidades formales de la derecha española. Cherines es zarzuela -enlazando solo en eso con Gabino de Lorenzo- y Teresa Mallada karaoke, una de las grandes pasiones de la flamante candidata. Para desgracia de Cherines hoy se aprecia menos la voz y más el desparpajo con el micro de diadema, tan querido por Casado y Teodoro en sus performances de fin semana (cómo no recordar al verlos a El Figuras en la Semana Negra, el mítico vendedor ambulante, subido en el remolque abierto de su camión, con micro de diadema y altavoz de riñonera, desenvolviendo figuritas incalificables para ofrecerlas al público con el filo desgastado de su voz rota).
Vuelvo a la foto y pienso que es difícil imaginar un lugar donde Álvarez-Cascos pudiera sentirse más cómodo que en este PP de Aznar y Casado, tan parecido al que soñaban Francisco y Mercedes aquella remota mañana de verano. Pero Cherines es hoy la pieza que se han cobrado entre todos para escenificar en Asturias el comienzo de la enésima Reconquista, que en esta ocasión no es metáfora sino vuelta literal a la Edad Media, con damas bordando pañuelos para hombres valientes que parten a la guerra contra el moro invasor o el conde separatista. Un sacrificio para recordar como ejemplo de ingratitud y prueba definitiva de que en política ni siquiera los besos sellan compromisos para siempre.
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