Llega el fundido definitivo a negro en la minería asturiana, aunque lo haga lentamente, como lo ha sido su dolorosa y premeditada agonía desde hace más de medio siglo. En pleno franquismo, los tecnócratas del generalísimo comenzaron a planear la liquidación de la minería asturiana, y con ella, la liquidación de toda una sociedad que les resultaba incómoda porque era ilustrada, libre, libertaria y solidaria, y por tanto suponía un peligro en la presunta transición democrática que ya entonces dibujaban. Y la dibujaban con la misma frialdad y falsedad con la que apenas veinte años antes habían sacado al genocida generalísimo bajo palio y con el brazo incorrupto de Santa Teresa al lado, para que el pecado de las penas de muerte sin juicio a los rojos fuera menos pecado.
La transición democrática fue el momento del gran «cambio de chaqueta», perfectamente orquestado con una impecable propaganda que habría dejado boquiabierto al mismísimo Goebbels. Infiltrados ya con total naturalidad en las instituciones democráticas y por tanto en los sindicatos y partidos políticos con vocación de estado, gobierno y constitución, perpetrar el plan de liquidación se tornó muy sencillo. Con una simple estructura política para articular de manera férrea el servilismo y la obediencia sin límite, se puso en marcha toda la maquinaria de ficción, y en esta película Asturias abandonó su historia y vocación regia y principesca, para convertirse en un virreinato comandado por almas más negras que su propio carbonífero.
En los años 80, el pueblo asturiano tenía una juventud poderosa, sana, numerosa, bien formada intelectualmente y en valores de convivencia. Comienza el desmantelamiento social, en el que se usan armas químicas, y es así como la heroína y otras drogas lo invaden todo. Una o dos generaciones se quedan a media asta, la economía muestra síntomas de asfixia, la demografía empieza a resentirse, el despoblamiento y abandono rural se consuman lentamente, comienza la diáspora para buscarse la vida, y las cuencas mineras asturianas manifiestan los síntomas propios de una inexorable liquidación: desempleo, drogas, problemas mentales y falta de expectativas.
Llega el final del siglo XX y Asturias entra en un declive que no tendrá vuelta atrás, aunque los telepredicadores digan lo contrario porque necesitan reforzar el clientelismo político.
En esta película que ahora se funde a negro, los guionistas fueron unos mentirosos compulsivos. El desmantelamiento de la minería asturiana no se llevó a cabo por cuestiones energéticas, medioambientales o económicas. Se perpetró por intereses políticos exclusivamente. Y el gran drama no fue ni es económico, sino humano.
Una circunstancia especialmente triste es que la liquidación de Asturias fue planeada desde fuera, pero ejecutada desde dentro. Como en el histórico episodio del cuartel de Simancas, el enemigo estaba dentro. La panda de traidores y pesebristas estaba integrada por asturianos. Algunos pertenecían a familias de la alta burguesía industrial y estaban posicionados en puestos directivos y estratégicos, y tenían una alta consideración en la España democrática. Otros procedían de familias humildes, muchos hijos de mineros que se habían dejado los pulmones en un pozo, y estos fueron los que laminaron con más ensañamiento a los de su misma clase social, y los que lapidaron sin miramientos el futuro de su tierra.
Dicen algunos historiadores que los que acompañaban a Pelayo en Covadonga podían ser unos trescientos.
Tal vez fueron unos trescientos los autores del siniestro guión que ha sepultado Asturias en un fundido a negro de aquí a la eternidad, como si de un derrabe infinito se tratase.
Propongo que 2019 sea un año de celebraciones de los 200 años de historia, sangre, sudor, lágrimas, sonrisas, inventos, movimientos sociales, conocimiento y modelo de valores y de convivencia que se extinguen.
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