
Las elecciones andaluzas proporcionaron dos sorpresas, una previsible y la otra inesperada. A pesar de lo que decían la mayoría de las encuestas y de la debilidad del candidato del PP, la derrota de la izquierda no era algo improbable. Los socialistas no las tenían todas consigo sobre las dimensiones del anunciado ascenso de Ciudadanos, aunque es cierto que también se esperaba que creciese Adelante Andalucía, lo que podría evitar una mayoría de centroderecha. Lo que nadie sospechaba es que Vox pudiese conseguir el 11% de los votos, 12 diputados y un senador.
Como todas las elecciones locales y autonómicas, tenían claves específicas. Además del inevitable desgaste que provoca mantenerse casi cuatro décadas al frente del gobierno, sobre el PSOE andaluz pesaban casos de corrupción, especialmente el de los ERE, y varios de sus dirigentes históricos, incluidos expresidentes de la Junta, pasaban esos días por los tribunales. Si el PP se había hundido a causa de la corrupción no solo en las elecciones generales, sino en feudos como Valencia, era razonable pensar que también los socialistas se viesen afectados. Lo más preocupante para la izquierda es que los votos que perdieron hayan ido a la abstención y a Ciudadanos, no a Podemos e IU. La comparación con los resultados de 2015 desmiente el análisis de Susana Díaz, es imposible que todos los votantes extraviados hayan optado por la abstención, en buena medida, nutrieron el crecimiento de C’s.
Aquí entra una variable que el PSOE de Sánchez había olvidado: buena parte de los electores del PSOE son, desde 1982, moderados, de centroizquierda a lo sumo, eso les permitió vencer con mayorías absolutas u holgadas en España y en Andalucía. El voto socialista tiene una doble presión, por el centro y por la izquierda. Cuando ganó fue favorecido por una derecha radicalizada y una izquierda comunista debilitada. La aparición de Ciudadanos y Podemos cambió el panorama, ambos le quitaron votos y el gran dilema está en cuáles puede recuperar, si se inclina hacia un lado puede aumentar la sangría por el otro. El peor camino es el de los vaivenes, que disminuyen su credibilidad y le hacen perder apoyos por ambos flancos o inclinan a sus votantes hacia la abstención.
Hay, desde luego, otro aspecto nuevo que, como el anterior, afecta a toda España: la crisis catalana, que envenena la actividad política. Susana Díaz representa al sector más moderado y crítico con el independentismo catalán del PSOE, pero es también el más desgastado y no ha podido evitar que la campaña girase más sobre la política española que sobre la regional. Esto ha favorecido a C’s, pero también explica el éxito de Vox.
Vox supone una escisión por la base del Partido Popular. Hasta ahora son pocos y escasamente significativos los antiguos dirigentes o reconocidos militantes que se han pasado a ese partido. Sorprende algo que la pérdida de votos por la derecha, tantas veces vaticinada y hasta ahora nunca cumplida, se produzca precisamente cuando ha girado hacia el conservadurismo radical y el nacionalismo militante, una prueba de que todavía no se ha recuperado de los escándalos de corrupción. No extraña tanto que un porcentaje importante de sus votantes se haya decantado por el extremismo, su historia lo explica y también permite comprender la ideología de la formación emergente.
Alianza Popular nació como defensora de la herencia de la dictadura, que pretendía adaptar a una democracia limitada, reaccionaria y controlada por franquistas, con algunos derechistas ajenos al régimen como comparsas. El doble fracaso de Fraga en su proyecto de reforma de las instituciones del régimen, en 1976, y de la candidatura de los «siete magníficos», en 1977, permitió que en 1978 se aprobase una Constitución democrática. Las reticencias de ese partido hacia ella son bien conocidas, también la división de su voto en las Cortes y en el referéndum cuando fue aprobada. Fraga logró después integrar a la extrema derecha franquista en un partido que aceptaba el nuevo sistema, siempre se lo ha elogiado por ello, pero ese fue un lastre del que nunca se libró AP y que heredó el PP que «refundó» con José María Aznar.
Sin duda el crecimiento del populismo ultraderechista en buena parte del mundo ha favorecido el éxito electoral de Vox, pero sus raíces y su ideología son fundamentalmente autóctonas. No es nada nuevo que el nacionalismo español se fortalezca con el rechazo a los no estatales, sucede desde el siglo XIX. El centralismo bonapartista caracterizó a la derecha española en los dos últimos siglos, salvo al carlismo. Junto a él el anticomunismo, más bien antisocialismo en sentido amplio, y la defensa de los valores católicos.
Un rasgo «moderno» es que en la campaña andaluza, liderada por el lenguaraz juez Serrano, el nacionalmachismo pareció imponerse al tradicional nacionalcatolicismo. Un estudio demoscópico publicado este lunes por ABC constata que ¡el 66% de los votantes andaluces de Vox son hombres! Sin duda, como sucedió en Brasil, EEUU, Turquía, Rusia o Polonia, la notable fuerza que ha alcanzado el movimiento feminista tenía que provocar una reacción de los machos despechados, pero el obispo de Córdoba se ha encargado de recordar que eso no está en contradicción con la vieja defensa de la esencia católica de la nacionalidad española. Al fin y al cabo, la «ideología de género» se ha incorporado a los clásicos demonios: el librepensamiento, el laicismo, el social-comunismo, la masonería... Probablemente la eficaz labor que ha realizado la Iglesia Católica con la entusiasta colaboración de las instituciones públicas, incluso las gobernadas por la izquierda, para fomentar, o resucitar o reinventar en algunas zonas, ritos como los de Semana Santa ha favorecido el nacimiento de ese espíritu de reconquista que exaltaban los dirigentes de Vox y el obispo cordobés tras su éxito electoral.
No parece que la xenofobia, también tradicional en las derechas radicales, haya jugado el papel más importante, salvo en el Ejido, población enriquecida gracias a la explotación de los inmigrantes, extraña paradoja. Es difícil saber hasta dónde llega la influencia de los locutores y columnistas liberalpinochetistas, es decir, defensores del neoliberalismo económico y de la restricción de derechos y libertades, pero deberían reflexionar sobre ello los medios afines al PP que los acogen.
Vox es más neofranquista que neofascista, recuerda también en eso a Bolsonaro, lo que no lo hace menos peligroso. Ciudadanos y, en menor medida por lo antes indicado, el PP tienen una prueba de fuego en su colaboración con él. Difícil le será a la formación naranja conservar el voto moderado si eso se produce. En cuanto a la izquierda, debería reflexionar sobre su derrota. Cada uno a su manera, PSOE y Podemos han compartido división en banderías internas y vaivenes ideológicos. El nuevo gobierno se ha perdido en fuegos de artificio, en vez de aprobar con rapidez medidas que justificasen su permanencia con solo 84 diputados incondicionales y apoyos externos que contradicen el propio discurso de su presidente, con frecuencia contradictorio en sí mismo ¿Cuántos Pedros Sánchez hemos visto en solo tres años?
El discurso político se ha extraviado en ridículos juegos de descalificaciones, en los que se reparten sin tino ni tasa los calificativos de «comunista», «populista» y «fascista», algo que solo ayuda a banalizarlos y a sembrar confusión. Está muy bien abrir el paraguas antifascista, pero Vox no es un fenómeno meteorológico, quienes desean que no crezca deberán proponer algo atractivo a los electores.
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