Resulta llamativo cómo en los últimos tiempos, de manera recurrente, el fascismo comienza a levantar la voz. Un fascismo que nunca se fue del todo, no se engañen, pero que permanecía oculto ante un sentido común mayoritario que recordaba los horrores de los totalitarismos y rechazaba cualquier pequeño mensaje que devolviera esa posibilidad.
Para evitar banalizar el fenómeno conviene usar el concepto con precisión y no diseminar su uso sobre realidades complejas que no pueden ser definidas siempre como tal, igualmente conviene aclarar sus características más relevantes para que no nos den gato por liebre. Obviamente conceptualizar el fascismo es un debate profundo que excede la intencionalidad de este artículo, pero qué duda cabe, que en este momento histórico, es más necesario que nunca abordar ese debate, pues bien pudiera parecer que cuando no sabemos cómo denominar realidades nuevas, inesperadas y sobre todo inquietantes, se designa con ese término a fenómenos tan obviamente diferentes entre sí como Marine Le Pen o el Daesh. Aunque cabe preguntarse si detrás de tanta confusión no hay una intencionalidad de ocultar una realidad que a veces no se manifiesta como cabría esperar.
Parece evidente que tras setenta años no se va a expresar hoy del mismo modo la política que afectó a Italia, Alemania o España durante las décadas de 1920 y 1930, sería totalmente anacrónico. Pensar el fascismo hoy en día significa tomar en consideración las formas posibles de un fascismo del siglo XXI, no la reproducción de aquel que existió en el pasado.
Uno de los argumentos utilizados para mostrar que la extrema derecha ha cambiado y que no tiene gran cosa que ver con el fascismo, es su aceptación de la democracia. Pero no debemos olvidar que un tal Adolf Hitler fue elegido por una votación legal. En un artículo de 1949, Theodor W. Adorno, estimaba que «la supervivencia del nazismo en la democracia» era más peligrosa que la persistencia «de tendencias fascistas dirigidas contra la democracia».
Este nuevo fascismo o también llamado por algunos autores postfascismo es muy diverso, se puede observar una amplia gama; desde partidos abiertamente neonazis, como el griego Amanecer Dorado, hasta fuerzas perfectamente integradas en el juego político institucional como el FN francés de Marine Le Pen. La xenofobia es quizás el ADN común a las diferentes formas del postfascismo, si uno de los pilares del fascismo clásico era el antisemitismo, hoy en día, el rechazo se dirige al inmigrante, especialmente al musulmán pobre. El discurso racial nazi ha cedido su lugar a un prejuicio culturalista que señala un enfrentamiento antropológico radical entre la Europa judeocristiana y el islam.
Podríamos decir que extrae su vitalidad de la crisis económica y del agotamiento de las democracias neoliberales que han conducido al empobrecimiento de las clases populares con sus políticas de austeridad, pero no sólo debemos tener en cuenta las variables económicas, surge en una era postideológica marcada por el colapso de las esperanzas del siglo XX. Así pues, no debe extrañarnos que el discurso fascista de hoy no hable de grandes estados megalómanos con iconos de masas, o de un resurgir «revolucionario» sino más bien al contrario, una suerte de conservadurismo que apoya a las capas de la oligarquía que se han sentido y se sienten más cómodas con el comercio que con las finanzas, explotando el temor y presentándose como una muralla frente a los enemigos que amenazan a la «gente común» (la mundialización, el islam, la inmigración, el terrorismo) y sus soluciones consisten siempre en retornar al pasado (retorno a la moneda nacional, repliegue identitario, protección de la gente humilde frente al extranjero). Y es en este extremo en el que toman prestados códigos estéticos de la izquierda como el famoso autobús de Hazte Oír o las campañas de reparto de alimentos (por supuesto sólo entre población española) del Hogar Social de Madrid, intentando capitalizar el discurso crítico al sistema, y desplazando a la izquierda que se encuentra sumergida en una crisis ideológico-política de la que aún no hemos sido capaces de salir. No es casualidad que en aquellos lugares, como el propio Estado Español, en los que se ha mantenido la movilización social o un referente transformador, el desarrollo de estas fuerzas sea aún minoritario. Que el 15M fue una vacuna para el auge del fascismo en nuestro país es una realidad innegable, y que es el actual declive de las fuerzas del cambio y la frustración y desafección creciente entre las capas populares lo que está permitiendo que ese sentido común mayoritario cambie. Tenemos la responsabilidad de construir una alternativa que alcance a los sectores populares combatiendo la xenofobia y que deje de señalar a los sectores más vulnerables de la sociedad pues los únicos responsables del empobrecimiento son las grandes oligarquías y el poder financiero, el problema no son los emigrantes sino el desigual reparto de la riqueza.
El postfascismo no oculta su pasión por la autoridad, exige un poder fuerte, leyes de seguridad, pero abandonando su lastre autoritario que le aleja discursivamente de su antecesor y adhiriéndose a la democracia moderna. Sin embargo, ese olor a naftalina no se les ha ido del todo, cuando se trata de condenar los hechos históricos propios, ese antitotalitarismo se desvanece y duele por no decir que resulta imposible cortar el hilo que les une a su pasado político. Por eso ni Foro ni PP pueden aceptar las condenas al franquismo, o pretenden dulcificar nuestra historia más reciente con propuestas disparatadas sobre la condena de la Revolución de Asturias del 34, porque como dice el dicho popular aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Es un juego peligroso que sienta las bases para normalizar lo intolerable y quizás cuando queramos rectificar ya sea demasiado tarde. No pretendemos darles más importancia de la que tienen, pero si una llamada de atención sobre las consecuencias ya plausibles del despertar de la bestia.
Por eso la Memoria Histórica no es algo que hable del pasado, sino que es gasolina para el futuro, una vacuna imprescindible para que la historia no se repita. En Asturias tenemos la oportunidad de hacer una Ley de Memoria Histórica antifascista, acorde con las necesidades del momento, esperamos que los partidos en la Junta sepan estar a la altura.
Verónica Rodríguez y Rafael Velasco. Responsables del área de memoria Histórica de Podemos Xixón
Comentarios