Cuando era pequeña, y escuchaba a mi madre hablar de Cudillero, me parecía un lugar exótico, como del extranjero, como muy diferente al resto de Asturias. Bueno, en realidad, no me parecía Asturias. Para mí, era el escenario de un cuento infantil, en el que los mitos y leyendas marinas, colmaban mi fantasía de soñadora cantábrica. En mi relato había lobos de mar, ballenas de aire bonachón, pulpos gigantes y bugres juguetones. Ah, y no faltaban las olas gigantes de espumas infinitas, y muchos barcos de vivos colores, que zarpaban y arribaban por una bocana llena de vida, que era una especie de pasadizo secreto a un universo oceánico, azul, totalmente azul.
Con el paso del tiempo, aquel lugar exótico, en el que Elvira Bravo y su hijo Totó ponían cada año una nota épica y poética, fue siendo más cercano y cálido para mí, y en ello tuvo muchísimo que ver el nieto de Elvira, Juan Luis Alvarez del Busto.
A veces pienso que si en cada municipio de Asturias hubiera un par de «juanluises», la realidad de esta tierra sería bien distinta. Y es que Juan Luis es mucho más que un cronista o un vecino apasionado por Cudillero.
He conocido a pocas personas tan enamoradas y orgullosas de sus orígenes y que, al mismo tiempo, combinen la pasión con la investigación rigurosa, y la mesura en la palabra y los sentimientos.
Profundamente meticuloso y organizado, Juan Luis Álvarez del Busto añade al cóctel de su personalidad la humildad, la discreción y la capacidad de trabajo.
Su saber estar y su sentido de la lealtad en las relaciones humanas, han puesto Cudillero en el mapa de la cultura y el ocio, mucho más que una millonaria campaña de promoción, tal vez porque la verdadera promoción deriva de la convicción profunda y de la silenciosa constancia.
Evidentemente, Juan Luis no está solo en tan ardua empresa. Tiene muchos y buenos amigos, y una familia estupenda. Así que el trono de la lealtad a la historia de Cudillero tiene ya continuidad. Tanto es así que su hija Ana, con aire de princesa bretona o de peregrina medieval enamorada de la ermita jacobea de Santa Ana de Montarés, lleva impresa la genética de los elegidos para defender la memoria de un pueblo diferente.
Cudillero sigue siendo para mí un sitio de leyenda, lleno de misterios indescifrables, pero con la certeza de que cuando me aproximo por tierra o por mar, siempre tengo un faro que me guía: Juan Luis Álvarez del Busto.
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