Treinta años después, miles de africanos siguen jugándose la vida intentando huir de la miseria mientras nosotros miramos para otro lado. Solo nos sobresaltamos cuando aparece en la playa el cadáver anónimo de alguno de los 7.000 que se han quedado en el Estrecho, bajo las aguas que separan dos continentes, el de la riqueza y el de la pobreza. Y así como el calor fluye entre zonas a distintas temperatura, quienes nada tienen, aquellos cuyo único alimento diario es la necesidad, seguirán moviéndose hacia las regiones donde puedan aspirar a vivir con la dignidad mínima a la que cualquier persona tiene derecho. Una evidencia ante la que Europa responde con una ceguera impropia de una sociedad que se proclama cuna del humanismo. Entre la xenofobia de quienes se creen que el mundo no alcanza más allá de su mirada; el buenismo de quienes con bonitas palabras engañan a su conciencia; y la ineficacia de una UE instalada en una burocracia paralizante, treinta años después todo sigue igual: con miles de africanos jugándose la vida ante nuestras costas. Es la historia de un gran fracaso. Seguiremos viendo sus cadáveres anónimos, y cada uno será una puñalada en el corazón.
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