Cuando era pequeño algún cruel compañero de clase me dijo que los reyes magos no existían. Ante mi infinita tristeza y mi total desolación, mi madre improvisó una teoría para tranquilizarme: los reyes magos efectivamente existían, pero necesitaban de la ayuda de los padres para que los regalos llegasen a todas las casas del mundo mundial. Años más tarde, he descubierto que con el capitalismo pasa algo parecido. Teóricamente es la mano invisible del mercado, la versión para adultos de los reyes magos, la que hace que todo funcione, pero cuando uno indaga un poco, descubre que no hay ningún gran negocio privado que funcione sin la ayuda, directa o directísima, del Estado.
Asturies se ha pasado media primavera, medio verano y medio otoño debatiendo sobre los supuestos peligros de la descarbonización y de la transición energética, pero ha tenido que llegar el mazazo de Alcoa para que finalmente nos enteremos de que la tarifa eléctrica son los padres. 1.000 millones de euros es lo que hemos aflojado durante una década a la multinacional norteamericana para abaratar su recibo de la luz. Es decir, la continuidad de Alcoa en Asturies no dependía tanto del cierre o no de las térmicas, como se nos insistía desde el discurso oficial, como de la oportunidad para la multinacional de producir con muchos menos costes en otro lugar. Que Alcoa estaba invirtiendo en un mega complejo fabril en Arabia Saudí no era ningún secreto. La información era conocida desde hace años y no estaba publicada en Wikileaks, sino en La Nueva España.
La crisis de Alcoa plantea sin embargo la oportunidad de abrir un debate necesario, que la tramposa discusión sobre la tarifa eléctrica nos ha venido ocultando: cuál queremos que sea el papel del Estado en la economía. Si durante 10 años nos gastamos 100 millones anuales en subvencionar a la multinacional norteamericana, ¿no tiene acaso más sentido que el Estado participe directamente como accionista en aquellas empresas que consideramos estratégicas para nuestra economía? Si Alcoa finalmente se va ¿vamos a buscar a otro empresario para repetir el mismo error, entregarle las instalaciones de la antigua empresa pública Endasa sin apenas contrapartidas, y que vuelva a chantajearnos exigiendo barra libre de ayudas públicas a cambio de mantenimiento de la actividad? ¿Por qué no plantear desde el Estado a Alcoa, o a ese hipotético comprador, ser socios en vez de mecenas? En Gran Bretaña los laboristas han aprobado un programa que habla de la renacionalización de sectores económicos clave como la energía y el ferrocarril, así como de la participación obligatoria de los trabajadores en el accionariado de las grandes empresas. El mundo no se ha caído. No dejan de subir en las encuestas. ¿A qué esperamos para tomar nota?
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