Dolors Monserrat se levantó de su escaño, miró al infinito y tomó la palabra. Se dirigió al Congreso en la sesión de control como si estuviese recién llegada de cerrar el Toni 2 y haber desayunado con el pianista: un sándwich de tres pisos y un gintonic para bajarlo. La Popular trató de emular, en cierto modo, a Federico, pero se quedó en el mayor de los ridículos. Porque FJL puede ser muchas cosas, pero es único. Por eso todo el mundo lo escucha, aunque sólo lo reconozcan en la intimidad -como Ansar hablaba el catalán-. Lo de la dacha de Galapar, Waterloo y las herriko tabernas es muy del monólogo de las 8. A DM sólo le faltó dirigirse a Carmen Calvo como Pixie Dixie.
Ya teníamos suficiente con Rafael Hernando y su lenguaje tabernario, cual parroquiano acodado en la barra del Campa; Con Rufián y sus gilipolleces continuas; con Adriana Lastra y su vacuidad. Y ahora esta; de la que muchos decían que era de lo mejor que tenía Pablo Casado en su equipo. Pues así le va al PP: una copita y cerramos. Dolors trató de resumir en dos minutos los escándalos que han acontecido al gobierno del Doctor. Seguro que en su cabeza todo sonaba bien e hilvanado, luego imaginaba aplausos y gritos, para, más tarde, alzarse con el galardón del Club de la Comedia. Pero ninguna de sus ensoñaciones se cumplió: hizo un pastiche de palabras, ideas, equivocaciones, trabas y gesticulaciones sospechosas. Cada vez que veo las imágenes me recuerda a todas las veces que acudo a un karaoke -a un karaoke sólo se puede ir con unas copas encima- y entono cualquier canción creyéndome el mejor crooner de todos los tiempos. Y , en verdad, no hago más que el ridículo. Sí, tanto o más que Dolors Monserrat. Sí, tanto o más que este Gobierno. Pero ellos son más listos: les pagamos por ello.
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