La imagen de Mariano Rajoy en el plasma sirvió, y con razón, para que la izquierda hablara de un presidente virtual que huía de dar explicaciones a la ciudadanía a través de los medios de comunicación. Además de su imagen a través de la pantalla, su aversión a atender a los periodistas en las ruedas de prensa fue tildada como falta de transparencia por todos los grupos, menos el PP lógicamente. Y todos, especialmente los socialistas por ser los líderes de la oposición, consideraban que este comportamiento era un claro déficit democrático que no se debía aceptar en todo un presidente del Gobierno de España.
Pero las cosas se ven de diferente manera cuando uno pasa de opositor a Gobierno de la nación. Es lo que ha sucedido con Sánchez y su tropa, que ya no ven de la misma forma la labor de los medios y que en la medida de lo posible intentan eludir pasar por ese tamiz tan democrático que es la prensa e incluso se enfadan cuando las preguntas no vienen dirigidas de acuerdo a sus intereses.
El presidente del Gobierno prefiere mantener un perfil bajo ante las grandes llamaradas del «procés», no vaya a ser que se achicharre o que le acabe asfixiando la propia humareda Durante los pasados días sucedieron acontecimientos en Cataluña de gran gravedad que quizá requerirían la presencia pública -no tuitera, por favor- del líder del Ejecutivo. Pero no, Pedro Sánchez anda preso de su tacticismo continuo, administrando sus apariciones siempre en función de su plan de permanente campaña electoral en la que está envuelto. Busca fotos bonitas y apariciones en grandes eventos o al lado de personalidades de impacto internacional a ser posible. Pero ello no debería ser incompatible con presentarse ante los medios, coger el toro catalán por los cuernos y dar explicaciones, las suyas, contar a los españoles que el Gobierno tiene un plan, no ya para Cataluña, que es secundario, sino para España. Y que la defenderá ante aquellos que la intentan erosionar, cuando no destruir. No se trata de una exposición continua y desgastadora ante la prensa, sino de hacerlo en los momentos precisos en los que los ciudadanos necesitan saber que hay alguien al frente de la nave y que tiene el criterio suficiente para sacarla adelante.
Sin embargo, Pedro Sánchez prefiere un perfil muy bajo ante las llamaradas del procés, no vaya a ser que se achicharre o como mal menor le asfixie la humareda. Y además ha permitido que se haya puesto en el disparadero la mismísima libertad de expresión y de información. Las palabras de la vicepresidenta Carmen Calvo apelando a una presunta necesidad de regular la libertad de expresión, justo en un momento de duras y legítimas críticas a la acción del Gobierno y a cuestiones personales de sus ministros, es algo tan antiestético como reprobable en un Ejecutivo de la Unión Europea en pleno siglo XXI.
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