Durante mucho tiempo, el Partido Popular de Mariano Rajoy navegó por el problema catalán como quien entra en casa de noche y no quiere despertar a los niños. El asunto se le escapaba de las manos, pero no dejaba de contemporizar. Hasta que llegó un momento en el que prácticamente pidió permiso a todo el mundo y perdón a quien pudiera sentirse molesto para aplicar un 155 suave y en todo caso progresivo.
Un análisis rápido y superficial de la actuación del equipo de Rajoy lo calificaría con suspenso. Permitió que el soberanismo se adueñara del relato, no supo dialogar cuando debía y cuando quiso hacerlo no procedía y toreó con torpeza el tristemente célebre 1-O. Finalmente, fueron los propios independentistas, con su apoyo a Sánchez, quienes firmaron la marcha de Rajoy de la Moncloa.
Pero si el PP pecó de contemplativo y no supo hacer política con Cataluña, el PSOE de Sánchez está dando un curso avanzado de cómo dar de comer a una fiera insaciable, que es lo que es el independentismo catalán. Sánchez ha intentado construir un relato favorable a su partido, en el que los socialistas aparecen como un grupo dialogante que está dispuesto a encajar a Cataluña dentro de España como nunca nadie supo o quiso hacer. Pero lo ha hecho desde una posición de debilidad (su cargo depende de los propios independentistas) que le condena al fracaso.
El último ejemplo de la debilidad es precisamente la amenaza de ayer de Torra, que se permitió el lujo de dar un ultimátum al Gobierno de España. El mundo al revés. Quien se salta las leyes como y cuando quiere, le riñe y pone condiciones a quien tiene la obligación de garantizarlas. Lo de Torra es un chantaje en toda regla, tan humillante como inaceptable.
El problema catalán es sin duda el desafío más grande que tiene España. Y para afrontarlo se necesita el cumplimiento de una condición, que el Estado sea fuerte, lo que requiere un Gobierno sólido. Lamentablemente, ahora mismo el Gobierno es débil en lo parlamentario, como refleja el hecho de que se sustenta en los enemigos del Estado. Y es débil en sí mismo, con continuos líos y con una serie de ministros descoordinados que dedican más tiempo a remendarse las costuras que a gobernar.
Si de verdad tuviera Pedro Sánchez como prioridad arreglar el problema catalán, ya habría convocado elecciones hace tiempo. ¿Por qué no lo hace? ¿Le asustan? Si sus sondeos le auguran un buen resultado. Ahora mismo, pasar por las urnas sería la mejor bebida energética que podría tomarse nuestra democracia. Si no, estamos condenados a que un día Torra, otro Rufián, otro Puigdemont... se crean que pueden humillar y chantajear cuando les venga en gana. Y, lo que es peor, vistos los incidentes de anteayer, acabará cuajando en Cataluña un movimiento que legitimará la violencia física como moneda de uso corriente.
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