Es una buena noticia que los políticos se ocupen, de una vez, por la universidad y que sea la docencia superior objeto de debate y polémica, pero preferible sería haber empezado por otro asuntos y no por las corruptelas de algunos dirigentes y algunos académicos, en connivencia a veces con las propias universidades y con otras instancias del estado. Pero la confusión, provocada intencionadamente en ocasiones, deja a los ciudadanos sin saber qué pensar y, como suele pasar cuando hay desconcierto, oscilan entre creer que toda la universidad es una ciénaga o que este asunto no es tan importante. Ni hablamos de corrupción generalizada, ni tampoco de algo sin importancia. Como contribución a aclarar algunos extremos, especialmente dirigida al ciudadano ajeno a la universidad, me permito algunas observaciones.
Los estudios a los que solemos conocer como máster no son todos iguales ni siguen las mismas normas, aunque suelen desarrollarse de forma parecida. De un lado tenemos los máster oficiales o habilitantes, reconocidos dentro de todo el espacio académico europeo, por lo que pueden incluso ser convalidados con los de doctorado, de forma que el posgraduado puede acceder a la elaboración de una tesis doctoral. Suelen ser más baratos porque, al tener carácter público, reciben fondos de los gobiernos y de la Unión Europa.
Son máster de especialización pero con una cierta amplitud en su enfoque y tienen una estructura rígida y común para todos ellos. Los estudiantes solicitan su ingreso y pasan un primer filtro en una comisión que analiza su titulación, su curriculum si no pertenecen al área de conocimiento del master y su nivel de dominio del español si es que no lo tienen como lengua materna. Son master presenciales, se exige una asistencia al ochenta por ciento de las clases y la evaluación se divide entre un 70 por ciento de evaluación contínua y el 30 por ciento del examen final, o, en otros casos, de un 60/40. No están contempladas las convalidaciones y, desde luego, no se permite convalidar ninguna materia cursada en una titulación de grado (la vieja licenciatura) por motivos obvios. Además de participar en clase, cada alumno tiene que hacer una exposición y un trabajo final en cada asignatura. Después hay un examen final también en cada asignatura. Con todos las asignaturas aprobadas, se ha de realizar un trabajo fin de master bajo la dirección de un doctor que ha de defenderse ante una comisión formada por tres doctores con especialización en la materia y que pueden ser de la misma universidad o exigir que alguno sea de fuera, a criterio de cada universidad. Se trata de un modelo de difícil corrupción, más allá de que un profesor apruebe una asignatura al hijo de un amiguete. Para corromper un master en su conjunto sería necesaria la cooperación de entre nueve y catorce personas (hablo del máster en el que yo participo), cuando no todo un departamento o varios departamentos, además de funcionarios de la secretaría.
De otra parte están los master de titulación propia de una universidad concreta, que no son oficiales ni reconocidos por la Unión Europea pero que, como característica básica, tienen la virtualidad de ser muy específicos, muy vinculados al ingreso inmediato en el mercado de trabajo. Son más caros por lo general, por no recibir financiación pública y depender de las matrículas de los alumnos, aunque a veces se financian por convenios con empresas. Estos estudios no permiten el paso a la realización de una tesis, exigiéndole al alumno, con máster o sin él, seguir los cursos de doctorado previos.
La dirección de estos master tiene mayor libertad de acción, puede aceptar que algún alumno no asista a clase, tiene libertad y flexibilidad en sus sistemas de calificación y no pasa por los filtros evaluadores por los que pasan los anteriores, que son evaluados aleatoriamente cada año y todos ellos cada tres años. Tampoco en este modelo se contemplan convalidaciones aunque podría haber flexibilidad, pero nunca convalidar, por motivos igual de obvios, asignaturas de grado, y menos aún en un porcentaje tan elevado como hemos visto en ciertas ocasiones. Otra cosa, evidentemente, es que deben cumplir los plazos, los sistemas de elaboración de actas, que las firmas sean las que deben ser, es decir los mínimos requisitos administrativos de la universidad, esos que, en algunos casos recientemente conocidos se han vulnerado. En contraposición al modelo de máster anterior, las malas prácticas son más fáciles, por su independencia y porque bastaría la connivencia de dos o tres personas.
Las tesis doctorales funcionan de otra manera. A su realización se llega tras cursar un número variable de asignaturas y un par de seminarios de metodología y proceso de investigación o, en otros casos, pidiendo la convalidación con el master oficial, convalidación que no es automática sino decidida por la comisión de doctorado en función de las materias cursadas y sus calificaciones, así también como la calificación del trabajo de fin de máster. Una tesis doctoral consiste en un trabajo original pero eso no significa que nada se hubiera hecho sobre la cuestión, como parece lógico. Los tiempos para realizar una tesis se han ido reduciendo y una tesis acabada en año y medio puede ser una buena tesis. Hace años, en economía por ejemplo, era casi imposible realizar una tesis en menos de cuatro años porque se dedicaba más de la mitad del tiempo a buscar los datos, construir los cuadros estadísticos y diseñar modelos si era necesario. Hoy en pocas semanas, a través de internet, esos pasos se pueden dar y pasar a analizar e interpretar en poco tiempo. También es frecuente, sobre todo en ciencias naturales y biomédicas, que varias tesis surjan de una misma investigación, por lo que es muy normal que presenten partes comunes unas y otras sin que necesariamente exista plagio o fuera realizada por persona diferente a quien la firma. De igual forma, frecuentemente partes de la tesis se han publicado durante la realización, con lo que aparece una figura compleja de analizar: la aparición de un texto del propio doctorando y la discusión sobre el autoplagio. Eso no quiere decir que no haya casos de plagio, más abundantes de lo que se piensa, pero seguramente menos corrientes en las tesis doctorales que en otros trabajos, sobre todo en artículos, más de divulgación y menos de investigación.
El proyecto de tesis debe ser aceptado por el consejo de departamento y, una vez hecha bajo la dirección de un doctor, se proponen diez doctores para formar el tribunal. La comisión de doctorado elige cinco y dos suplentes con una condición: no puede haber más de dos del departamento en el que se realiza ni más de tres de la universidad en la que se presenta. En el modelo actual, cada miembro del tribunal emite un informe previo en el que indica si la tesis se puede presentar. Muy mala ha de ser una tesis para que tres de cinco digan que es impresentable. Una vez leída no puede ser suspendida y sólo hay una calificación, la de apto. Eso lleva a la acumulación de cum laude, porque es la única diferenciación para premiar una tesis que sea más que, simplemente, presentable. Anteriormente las notas eran suspenso, aprobado, notable, sobresaliente, cum laude por mayoría y cum laude por unanimidad, con lo que la inflación de cum laude era menor.
Queda un último punto: la exigencia que algunos han planteado de una norma de transparencia universitaria, planteando la publicación de las tesis y los trabajos de fin de máster nada más ser aprobados. Eso es desconocer cómo funcionan las cosas. Todas las tesis son públicas y se pueden consultar en la universidad, pero no reproducirse salvo permiso explícito o publicación en soporte electrónico por el propio autor. Hacer pública una tesis inmediatamente hace decaer el interés de una revista o de una editorial por, valga la redundancia, publicarla. Eso sucede en todas las áreas, pero también hay algunas especificidades en determinadas materias. Como decía antes, en ciencias naturales y biomédicas, es normal obtener varias tesis de una misma investigación, por lo que no se deben hacer públicos resultados parciales hasta que la investigación haya concluida. No sólo perjudica al autor como en otros casos, sino que publicar ese estudio parcial podría ser hasta peligroso. Imaginemos publicada una tesis de oncología de una gran investigación internacional a la que aún le quedan unos años y tres tesis más. Y, por último, algunas tesis de tecnología, medicina, farmacia o ingeniería, están vinculadas a patentes, ya sean de la propia universidad o de la industria que pudiera estar cofinanciando la investigación.
Sería conveniente que nuestros dirigentes, que han encontrado de repente un enorme interés por la universidad, se ocuparan en conocer mejor las cosas. Y, como casi todos ellos han pasado por la universidad, llama la atención que sepan tan poco de su funcionamiento. Ello nos lleva a pensar que, tal vez, algunos pasaron poco por ella o pasaron «de aquella manera».
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