Un tuit de Pablo Casado alertando de que nuestro Estado del Bienestar no puede soportar una llegada masiva de inmigrantes ha servido para recordarnos que a la extrema derecha de este país no hay que buscarla extramuros del sistema, en las misas negras del Valle de los Caídos, en el neofascismo cani de Hogar Social o en la sopa de siglas frikis que compite por replicar en España los éxitos de Le Pen y Salvini. El grueso de nuestra extrema derecha está donde siempre ha estado, calentita y ha resguardo: gobernando ayuntamientos, comunidades autónomas y hasta hace poco el propio gobierno de la nación. Son gente respetable y que viste bien, no skinheads con bates de beisbol.
Hagamos un poco de historia: retrocedamos a 1977. Frente al proyecto de Adolfo Suárez, reconvertir al postfranquismo en algo parecido a la democracia cristiana europea, el bunker, lo que hoy llamaríamos la caverna, se presenta dividido. Un minoría blaspiñarista que milita en la nostalgia y cuyo programa programa es el golpe de Estado, y una corriente fraguista, más pragmática, homologable a partidos europeos como el Frente Nacional de Le Pen o el Movimiento Social Italiano, que canta el Cara al Sol en la intimidad, pero que, consciente de que el proceso democrático es irreversible, apuesta porque sea lo más epidérmico posible. Lo justitito para poder ser admitidos en la Comunidad Económica Europea. SÍ a la educación privada, la cadena perpetua y a la pena de muerte, NO al divorcio, el aborto y el impuesto sobre la renta.
Hay un hilo histórico que va de la Alianza Popular de Fraga al PP de Casado. Un max mix de nacionalismo español, conservadurismo moral y vacaciones fiscales para los ricos, al que el chico listo de Aznar quiere añadir un nuevo ingrediente hasta ahora bastante penalizado en la política española: el racismo institucional. Casado parte de una hipótesis: la derecha tiene que emocionar para volver a ganar, y consiguientemente ha puesto en marcha un proyecto dirigido a reencontrarse con votantes en fuga hacia la abstención, VOX o Ciudadanos. Está por ver si la estrategia casadista conduce al PP al éxito o a la marginalidad. De momento puede tener un perdedor claro: Unidos Podemos. Si el bloque del cambio no logra hilar fino y moverse con destreza en las procelosas aguas del nuevo escenario político, puede sufrir un serio desgaste en un contexto de polarización Casado-Sánchez.
Comentarios