¿Por qué no iba a mentir y a exagerar Pablo Casado? Hable de refugiados, de la familia, del lío de los taxistas o de la memoria histórica, Casado miente, exagera, confunde y simplifica. ¿Por qué iba a ser de otra manera? En mentiras y exageraciones su currículum sí está contrastado. Ya había preferido mentir sobre sus estudios en vez de estudiar y sobre su actividad académica en vez de trabajar. Si daba una conferencia, se sentía «visiting professor». Si la escuchaba, a la salida sentía que había hecho un máster. En su currículum la palabra «postgrado» tiene un sentido cronológico: cualquier cosa que hiciera después del grado era postgrado, aunque fuera ir a una exposición. El populismo de extrema derecha requiere confusión, simplificación, mentira y distorsión. Así que sus credenciales personales eran óptimas para el discurso extremista que ofreció al PP.
Le faltó tiempo a Casado para extender a su actuación política las cualidades que había desplegado para tunear su currículum. Cuando los tiempos son crispados o confusos, la sensibilidad de la gente se hace metonímica, es decir, fácilmente un detalle o una parte se siente como el todo. No es tramposo concentrar la atención en un detalle cuando es un ejemplo especialmente claro de una situación general con casos similares, como fue quizás el caso de los desahucios. Pero sí es tramposo hacer sentir que la situación general se concentra en una de sus partes. En los tiempos en que la administración de Reagan hostigaba a Nicaragua, se conocieron algunos aspectos del manual con el que la CIA instruía la guerra psicológica y el sabotaje. Sugería, por ejemplo, atascar los váteres de locales públicos. Es evidente que el aspecto de un váter rebosando desechos desagradables no tiene que ver con la calidad de las escuelas. Pero si se trata de un país pobre, como era el caso, al que siempre le faltan medios, esos excrementos emulsionados en orines cuando uno va al baño de una gasolinera o una cafetería fácilmente ayudan a la sensación de que nada funciona y que todo está hecho un asco. Ese es el proceso de trasladar al conjunto la sensación y emotividad que provoca una parte. Es tramposo porque el que una rueda sea redonda no quiere decir que el coche entero lo sea. Y que un váter apeste no afea las escuelas u hospitales que se estuvieran haciendo. Para que la trampa funcione es necesario concentrar emociones intensas sobre el caso particular elegido para que ese caso particular se convierta en la parte que acapare el todo. La CIA mostraba cómo crear casos particulares. Otra posibilidad es, en vez de crearlos, simplemente mentir sobre lo que ocurre o, con verdades a medias, exagerar y distorsionar en la dirección en que se agiten miedos o indignación en la población. Todo ello debe ir acompañado siempre de una simplificación de los hechos. La manipulación requiere concentrar las emociones de la gente sobre la menor cantidad posible de datos. Si se trata de propaganda positiva para un gobierno, el detalle que provocará la sinécdoque será el triunfo del Madrid en la Champions o el buen humor del Rey con sus hijas. Si se trata de propaganda negativa, la parte que hay que tomar por el todo puede ser Cataluña, el ectoplasma de ETA o los inmigrantes.
Y, como decía, Casado tenía ya buen entrenamiento en esto de distorsionar, mentir y exagerar. Siempre es un problema que llegue de golpe mucha gente buscando refugio. Siempre hay una tensión entre la legalidad y la situación límite en la que llegan, por el riesgo que corren sus vidas y por las calamidades de las que huyen. Como ya soplan por Europa aires racistas de extrema derecha, había ya una horma amplia en la que acomodar el discurso con el matiz y holgura que se quiera. Casado se aplicó a agitar el caso particular y bien engrasado de la inmigración como otros se aplicaban a atascar váteres. Para alarmar hay que mentir. Él habló de millones de africanos aporreando nuestras fronteras. Se inventan peligros futuros para afianzar el supuesto de que ya tenemos un problema interior por el exceso de inmigrantes. La pura verdad es que, teniendo a la vista las cifras de inmigración oportunamente recordadas por Ignacio Escolar, si todos los inmigrantes que llegaron este año se quedaran para siempre jamás en España, y esto no ocurre nunca, pero si ocurriera, la ciudad en la que vivo, Gijón, pasaría a tener 141 habitantes más. Según Casado, nuestros centros de salud se colapsarían y no habría aulas para todos los niños. Como digo, el surco abierto por Salvini y antes por Le Pen es lo bastante ancho como para acodarse en él buscando la postura más cómoda. Salvini es directamente racista y utiliza expresiones groseras e insultantes para referirse a los refugiados. Casado prefiere, de momento, ser educado y dice sufrir y temer por nuestro estado de bienestar y por nuestras prestaciones sociales. Es notable que las derechas nos martilleen los oídos todos los días con que el estado de bienestar no es sostenible y que tanta protección social es cosa del pasado y de repente, cuando se agolpan refugiados en nuestras fronteras, canten su amor por el estado de bienestar y disparen las alertas sobre el riesgo de nuestros servicios sociales. La verdad es que mienten. Mienten sobre que quieren proteger el estado de bienestar porque en realidad quieren arrumbarlo. Mienten sobre el peligro que supone la inmigración porque no son tantos (mienten con descaro en las cifras) y es más lo que producen en trabajos mal pagados y sin regulación que lo que consumen en servicios. Y mienten sobre que sea esa la razón de su posición sobre los refugiados. La razón de Salvini es el racismo. Salvini es fascista y los fascistas son así, camorristas, maleducados y brutos. No se sabe lo que lleva dentro Casado, pero de momento miente. Su alarmismo no responde a ninguna preocupación, sino a propaganda, a ese populismo que quiere asociar miedos y cólera con la menor cantidad posible de datos. Se quiere manipular un repunte de la inmigración, que ya había empezado con Rajoy, con debilidad, buenismo y falta de criterio, riesgos para el sistema y su sostenibilidad, inseguridad y desorden. También miente vociferando obviedades. Cuando se dice una obviedad, lógicamente no se puede estar diciendo algo literalmente falso, puesto que es una obviedad. Pero las obviedades siempre llegan con implicaciones, siempre se dicen para implicar más cosas de lo que se dice. Cuando Casado vocifera que no se puede dar papeles a todo el mundo está implicando que eso es lo que dicen los demás, cuando es bien evidente que nadie dice eso. Y ya mostró la desvergüenza insuperable que había desplegado Jorge Fernández en sus tiempos de ministro de asociar el salvamento con ese efecto llamada que agitan como el hombre del saco. Según parece, hay que dejar que se ahoguen para no crear efecto llamada. ¿O qué otra interpretación cabe de la mención de Casado al Aquarius y el efecto llamada?
Para que su populismo sea esférico, fue a hacerse fotos con inmigrantes en la frontera y así demostrar que no sólo la izquierda tiene corazón. El populismo de izquierdas siempre me provoca la duda de hasta qué punto el mesías de turno engaña o se autoengaña, hasta qué punto cree que las cosas son tan fáciles como las pregona. Pero el populismo de derechas no me provoca ninguna duda: mienten con desvergüenza y ocultan lo que realmente pretenden. La foto de Casado con los inmigrantes es tan transparente, tan indefensa en su zafiedad, que parece más bien una provocación. Salvini provoca llamándolos carne humana y Casado, quizá con más sentido de humor, provoca yendo a hacerse fotos con ellos. Cuestión de gustos. Pero Casado y Salvini hacen lo mismo. Lo que hacía la CIA en Nicaragua en los ochenta. Llenar de mierda algún rincón y tratar de que sólo se vea ese rincón.
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