Un viaje por la Asturias rural suele resultar desolador. Principalmente por el despoblamiento, el abandono y por la falta de expectativas de una posible renovación generacional que dé vida a las aldeas. Pero de pronto, en medio de ese universo de paulatina extinción de una cultura, aparecen islas a modo de Avalón, y mundos tan apacibles y naturales que nos guían hasta la Arcadia feliz en una sola mirada.
Un magnífico ejemplo es el de Coviella, pueblo ubicado geográficamente en el concejo de Cangas de Onís, y cuya rica historia y tierras beben del mismísimo caudal del río Sella. Coviella representa un modelo de gestión de la ruralidad cuando menos, sorprendente, entre otras razones, porque lleva más de 20 años creciendo en población, en vez de ir a menos, y esto es algo insólito en Asturias
En Coviella -fenómeno cada vez más inusual en el Reino de Pelayo- hay muchos niños, y una asociación de vecinos que se preocupa de ellos, de que tengan todo tipo de actividades, para que su tiempo libre se convierta en un espacio lúdico y educativo a la vez, y donde el aprendizaje de los valores de convivencia sea clave para construir el estilo de vida de los adultos del futuro.
Lo que antaño fue un señorío medieval de estrecha vinculación con la génesis misma del Reino de Asturias, es hoy una bella aldea que fija población a un ritmo sostenido y sostenible, y cuyos vecinos armonizan y trabajan (verbo importante para conjugar ciertos logros) para avanzar en el diseño de un modelo de convivencia integrador, donde las personas de todas las generaciones que allí habitan se sientan arropadas por el conjunto vecinal.
En Coviella los vecinos se reúnen, cambian impresiones, alcanzan acuerdos para la organización colectiva, hacen sextaferias para adecentar el pueblo, y programan actividades para todos los gustos y opciones, y todo desde la responsabilidad personal y familiar, sin estar subvencionados o dirigidos por altas instituciones comarcales, autonómicas, nacionales o europeas.
Es decir, Coviella es un ejemplo de conciencia cívica de base, impulsada por la motivación de un grupo de vecinos, cuya idea es mejorar la calidad de vida en la aldea y demostrar que otros modelos diferentes al urbanita son, no solo posibles, sino saludables y necesarios para el equilibrio personal, territorial y socio-económico.
Sin duda, el ‘modelo Coviella’ es perfectamente aplicable y exportable a otros núcleos de población rural, siempre que exista conciencia social de lo crucial y urgente que es repoblar la Asturias rural, y mimar nuestra naturaleza y medioambiente.
Ahora la comunidad vecinal de Coviella -a escasos 20 kilómetros de Covadonga- quiere darse a conocer al resto del mundo, y piensa que una buena estrategia y una guinda inmejorable para avalar su evolución en positivo, es su candidatura a Pueblo Ejemplar de Asturias.
Se están empleando a fondo para prepararla, y la verdad es que razones no les faltan para culminar tan real aspiración: se levantan con los vientos de los Picos de Europa y se acuestan con el rumor del Sella; tienen rutas de montaña; pozos salmoneros; gran tradición deportiva (especialmente vinculada al piragüismo); un montón de empresas pioneras en las actividades de turismo activo fluvial radicadas en su territorio, y un palacio espectacular desde donde se divisa todo el pueblo, y en cuya capilla existen sepulcros de familiares del mismísimo Gaspar Melchor de Jovellanos.
Y por supuesto, si de personajes contemporáneos se trata, presumen de tener entre sus ‘raposos’ más destacados a Juan Manuel Feliz o Félix Blanco. Evidentemente, no estoy insultando a estos dos señores: Es que el gentilicio propio de los nacidos en Coviella es el de raposos. Nadie sabe por qué. Lo que sí se sabe es que en este pueblo que encierra tantos secretos, existen un montón de raposeras - que son, por supuesto, otra nota diferencial-.
De manera que, a escasos metros de la mismísima salida de la famosa fiesta de Las Piraguas, se encuentra una nueva Arcadia, asturiana y canguesa…
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