Don't cry for Maradona

OPINIÓN

28 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«No llores por mí, Argentina». Éstas fueron las últimas palabras de Diego Armando Maradona antes de subirse al avión que le llevó de vuelta a Argentina tras ser expulsado del Mundial de Estados Unidos en 1994. Diego dio positivo por efedrina en un control antidopaje, y ésto le acarreó la expulsión del Mundial y su adiós al fútbol. Ahora, en el 2018, en el Mundial de Rusia, no tengo claro que sustancias detectaría el control en la sangre del astro argentino, pero estoy seguro de que muchas y variadas.

La imagen dada por DM durante este Mundial estaba siendo bochornosa. Pero lo visto en el último partido contra Nigeria, donde la Selección Argentina consiguió el pase a octavos de final, fue la gota que colmó el vaso. Pudimos ver a un Maradona pasado de peso, con ojos vidriosos y bastante congestionado. Bailó con una aficionada senegalesa. Festejó el gol de Messi como un Caravaggio. Mostró mil muecas que fueron captadas por las cámaras, a cada cual más imposible. Mandó peinetas al mundo entero cuando Rojo consiguió el gol de la victoria y el pase a octavos. Y, tras el pitido final, le vimos derrumbarse, acompañado de su equipo de seguridad caminó con dificultad, sin apenas vocalizar, hasta un sillón dentro del palco donde tuvo que recibir asistencia sanitaria.

Maradona, del que poco queda en él de ese dios del balón que dominó el fútbol de los ochenta, se ha convertido en un meme andante. Tanto quería al balón que acabó convirtiéndose en él; la cal por la que antes corría avanzando hacia portería ahora la recorre con su nariz. Es el Diego un hombre enfermo, un juguete roto, no cabe duda. Al igual que lo han sido otros: G. Best, Gaiscogne. En una entrevista, el 10 explicó que cuando era pequeño, en su casa de Villa Fiorito, su madre movía las camas cuando llovía para evitar que les cayesen las goteras encima. Pasó de la máxima pobreza a ser un dios: «Cuando miro a derecha e izquierda, estoy sólo, no veo a nadie», dijo en la misma entrevista.

Ahora es criticado por su comportamiento, y eso que son mucho peores sus ideas: amigo de dictadores y comunista. Dicen que debería dar ejemplo, cuando no es cierto: su obligación a sido siempre con el balón, nunca con la moral y la ética. Dejen a Diego Armando que se divierta, es libre para hacer todo lo que quiera. Si formase parte de su círculo cercano (familia, amigos, trabajadores) internaría a este hombre en una clínica donde trataran sus múltiples adicciones. Pero no lo soy, ni ustedes tampoco;  y, en cierto modo, disfruto viendo la irreverencia de Maradona, la falta de corrección política, su descaro. «Que la chupen, que la sigan chupando». Así era su fútbol: espontáneo, imprevisible, callejero, gambeteador, de barrio; maradoniano como todo él

En las casas de apuestas ya se juega con qué día perecerá el 10 o si saldrá vivo del Mundial. No lloren por Maradona, su vida es un ir y venir a los infiernos, una inestabilidad absoluta que, quizá,  haya sido le que le permitió ser uno de los mejores jugadores de la historia. No necesita morir en un estudio para ser mártir del fútbol, porque él ya es Dios. El Pelusa es, y será, patrimonio del fútbol. Si fuesen Maradona, lo saben, vivirían como él.