El nuevo Gobierno de Pedro Sánchez no ha cumplido ni dos semanas y ya ha tomado decisiones importantes como la acogida de los migrantes del Aquarius, la recuperación de la sanidad universal o la dimisión de Màxim Huerta. Para sus críticos, que lo han sido antes incluso de que tomara posesión y que no aceptan que se pueda llegar al poder a través de un mecanismo constitucional como es la moción de censura, se trata solo de gestos cosméticos e intrascendentes, expresión de lo que llaman despectivamente buenismo. ¿Qué sería entonces lo opuesto al buenismo? ¿El malismo? ¿Rafael Hernando? ¿Dejar que se mueran en el mar quienes huyen del horror y la miseria? Dicen que esta decisión ha activado el efecto llamada como si la llegada masiva de pateras en esta época del año fuera algo nuevo. Lo que ha activado es la llamada a la conciencia, ha dejado en evidencia al nuevo Gobierno ultra de Italia y a la UE por su inoperancia. La dimisión de Huerta es otro gesto, pero destacable porque contrasta con la resistencia numantina de dirigentes del PP que se aferraron a sus cargos como una lapa o que, incluso, en circunstancias similares siguen en sus puestos. También es un gesto proporcionar cobertura sanitaria a los sin papeles, un gesto de justicia y humanidad. A mí me gustan estos gestos y prefiero el buenismo al malismo, la España bonita de la solidaridad a la España fea del egoísmo. Otra cosa será ver cómo el Gobierno se maneja con solo 84 diputados y unos Presupuestos que no son los suyos. Si se quedará en los gestos, por positivos que sean, o podrá legislar. Cataluña y la economía serán asuntos claves para evaluar su gestión. Pero no hay que olvidar que la política tiene un componente importante de gestos y símbolos.
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