El manchurrón se ha extendido y ha acabado por desteñir el traje. Que alguien que ha defraudado a Hacienda, a conciencia y reiteradamente, no debe ser ministro es tan evidente como que tales prácticas han venido siendo el pan nuestro de cada día entre todo tipo de profesionales y demás contribuyentes que no dependen de una nómina. Y ni siquiera con exclusividad. Porque la ingeniería fiscal para recortar la exigida y exigible contribución a Hacienda, que es la cuenta de todos, forma parte de la cultura de la mayoría de las empresas, desde las grandes multinacionales hasta toda aquella que tenga los recursos suficientes para montar un departamento a tal fin. Es cierto que no es correcto generalizar, y es cierto que no se puede meter en el mismo saco y confundir al pícaro con quien se aprovecha de las lagunas del sistema fiscal y, sobre todo, con el gran defraudador profesional. La proporción en la medida es fundamental en todos los órdenes de la vida, pero también los principios. O al menos ciertos principios. Y al menos en la actividad pública.
Por ello, es evidente que Màxim Huerta debía dimitir. Que lo haya hecho en el mismo día le honra, acostumbrados como estamos a que tantos políticos desautorizados moralmente para seguir en su cargo lo arrastren por el fango durante semanas, meses e incluso años, al atornillarse en la poltrona ajenos a cualquier sentido de la dignidad.
Pero que le honre la dimisión inmediata no le exculpa del pecado. Aunque este pase ya a ser una cosa personal, no pública. Y esto ya eleva bastante el listón de la decencia en política. La cuestión ahora es mantenerlo al menos a ese nivel, entre todos y para todos. Y hacerlo desde una genuina y sincera concepción de la decencia en el servicio público. No desde la hipocresía, la doble moral, el puritanismo ni el revanchismo. Porque de seguir así, la política se convertirá, si no lo es ya, en una profesión de altísimo riesgo en la que el récord de Màxim el Breve no tardará en ser superado. Así que solo queda decir aquello de ¡que pase el siguiente!
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