A los políticos que dicen lo que hay nada que reprocharles. Aunque no nos guste. Este es el caso de la nueva ministra de Transición Energética, Teresa Ribera. Con esa denominación nadie podía esperarse que el ministerio fuera a apostar por la minería del carbón. Y sus primeras declaraciones ratificaron la obviedad de que el mineral está en la fase final de su actividad. Ni las centrales nucleares ni las térmicas «tienen futuro» vino a decir.
Nada nuevo pero que ningún dirigente político, y mucho menos en el Gobierno, se atreve a expresar con claridad en Asturias, en la región en la que mineros y siderúrgicos han marcado la pauta sindical y política durante décadas. Teresa Ribera ha subrayado lo que es una obviedad desde hace por lo menos 30 años y se ha encontrado con la respuesta, por el momento moderada pero que será altisonante enseguida, del meollo político-sindical asturiano que lleva aferrado a la idea de resistir en torno a las minas desde siempre. Y más si es socialista, comunista o próximo a esas ideologías.
Pero no hay vuelta de hoja. Este gobierno de Pedro Sánchez no puede tomar grandes medidas pero hace bien en reconocer los hechos y el carbón asturiano está dando sus últimas bocanadas. Eso ya se había producido hace décadas en el Reino Unido, Francia, Bélgica y, en menor grado, en Alemania, en las cuencas mineras que eran mucho mayores que las asturianas por tamaño de las explotaciones y por el empleo. Asturias ha sido una singularidad en la resistencia porque el PSOE ha ido con mucho tiento en la reducción de las minas y porque el PP por parecer lo que no es ha tenido aun más miedo en enfrentar el problema. Aun así el potencial minero de Asturias ha quedado reducido al mínimo y la poderosa Hunosa del pasado está al final del trayecto tratando de reinventarse con más esfuerzo que resultados.
En la década de los 80 viajé varias veces a las cuencas francesas, belgas e inglesas para tratar de informar sobre el declive de las minas. Lo que se ha producido con el paso de los años es que la mayor parte de las promesas de reindustrialización de los gobiernos que cerraban las explotaciones se han incumplido o no han funcionado. Muchos de aquellos territorios son hoy, desde el punto de vista electoral, terreno abonado para el populismo y las ideas reaccionarias. En Nord Pas de Calais, por ejemplo, se ha implantado con fuerza el Frente Nacional de Le Pen en antiguos feudos socialistas y comunistas. En el centro y el norte de Inglaterra en las áreas mineras, desoladas y abandonadas, el Brexit ha triunfado claramente. En Mons y Charleroi parece que resisten algo mejor con cierta modernización inconclusa, pero están lejos de los pujantes flamencos.
Dicho de otro modo: las medidas de ayuda la reconversión y dinamización suenan bien pero no suelen ser efectivas. O al menos no tanto como exigen las circunstancias. Esos territorios quedan marcados y no son fáciles de reformular económica y socialmente. Por eso los gobiernos de Asturias, Castilla-León y Aragón, aunque son más conscientes que la ministra de que no hay futuro, no pueden asumirlo con la misma claridad. Por lo tanto estamos en el preaviso de un conflicto cantado. Mientras los partidos (y los sindicatos) asturianos ?todos- harán cuanta demagogia puedan con el asunto. Queda aparente y tiene venta en los medios negar las evidencias pero el resultado final ya lo sabemos. Esta vez podíamos ahorrarnos el paso por la mística de la lucha minera pero me temo que no será posible. Salvo que Teresa Ribera y ¿Adrián Barbón/Adriana Lastra? sean capaces de hacernos ver blanco lo que, sin duda, es negro.
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