«La muerte de Gaspar fue el impulso que nos llevó a la victoria», declaró hace tiempo el dictador nicaragüense Daniel Ortega. Y efectivamente no le falta razón. Gaspar García Laviana, el sacerdote asturiano que falleció luchando como guerrillero en la revolución sandinista, hace casi cuarenta años, fue y es el icono más puro y más auténtico del desafío por devolver al pueblo de Nicaragua la dignidad arrebatada por las sucesivas familias oligarcas en un pequeño país centroamericano, cuya suerte ni le importaba entonces ni le importa ahora, a casi nadie.
El sacerdote asturiano, que había llegado como misionero a una Nicaragua devastada por los execrables excesos de la familia Somoza, se convirtió pronto por su espiritualidad, sus valores y su valor en un elemento incómodo para la Guardia Nacional de entonces, y en un líder indiscutible para un pueblo hambriento de humanidad.
Hace ahora diez años tuve la oportunidad de estar en Nicaragua participando en el rodaje de un documental sobre la vida de Gaspar, y me quedé impresionada. Era sobrecogedor contemplar cómo Nicaragua estaba igual de podrida en los estamentos de poder que en la era Somoza. La vida no valía nada, y el pueblo malvivía en medio de la miseria física y moral más extrema.
Pero a pesar de tanta penuria e inmundicia, el ejemplo de Gaspar se mantenía vivo entre quienes le habían conocido o habían heredado sus valores e ideales.
Sin embargo, en las sucesivas entrevistas con antiguos líderes sandinistas, me iba asaltando un pensamiento intuitivo muy inquietante. Todos estuvieron muy correctos en su interpretación de la exaltación de Gaspar pero no había sentimiento, había distancia y frialdad. Eso sí, mucho teatro y frenesí para aparecer como actores protagonistas en una televisión europea… Edén Pastora nos brindó una actuación fantástica y se ocupó de recalcar la inexperiencia de Gaspar como guerrillero e incluso su temperamento impulsivo, que, según él, había sido determinante en su muerte… Ernesto Cardenal fue todo un modelo de buenas palabras en su impresionante mansión de Managua, bien diferente de las viviendas de los pobres … Un exguerrillero que estaba en aquellos días en la zona donde fue abatido Gaspar contó como el fatídico día de su fallecimiento falló la comunicación por radio…
El cura español, como le decían allí algunos, les resultaba incómodo a esta pandilla de fraudulentos revolucionarios. La fe ciega del pueblo en Gaspar se los ponía de corbata. Con Gaspar vivo después del triunfo de la revolución, igual hasta tenían que fingir un punto de honestidad del que carecían absolutamente, pese a encubrir con una pátina de intelectualidad su verdadero rostro de desmedida y depravada ambición.
Bueno lo cierto es que, en el caso de Rosario Murillo, la pátina de intelectualidad no le sirve en absoluto para maquillar un aspecto que destila perversidad. Es la viva imagen de una tirana con pinta de hortera y de bruja. Y por supuesto, de Daniel Ortega poco podría aportar yo con mis palabras, teniendo como tarjeta de presentación su historial personal y político y sus acciones.
Claro que la muerte de Gaspar fue el impulso que los llevó a la victoria, a una victoria que en el año 1979 tenía un mártir y un referente, que era perfecto, entre otras razones, porque estaba muerto y no podía incomodarles en su decidido propósito de ‘liberar’ al pueblo de Nicaragua del yugo de Tacho Somoza y de USA…
¡A la siniestra pareja presidencial nicaragüense le vendría muy bien encomendarse al padre Gaspar para no pudrirse en el infierno de su crueldad!
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