La moción de censura de ayer pasará a la historia de nuestra democracia por ser la primera en ser adoptada por el Congreso de los Diputados y por sus circunstancias. Es innecesario insistir en que el candidato Sánchez esbozara solo una hoja de parra para cumplir con la obligación de exponer un programa de gobierno. Lo esencial era desbancar a Rajoy de la Presidencia del Gobierno. En eso había unanimidad, desde C’s, a los separatistas. El detonador fue una sentencia de la Audiencia Nacional, no unánime y no firme que, en palabras de Rivera, suponía un antes y un después, y obligaba a Sánchez a presentar la moción con urgencia impelido por un deber, casi ético, de preservar la democracia, encanallada por una corrupción que sería patrimonio del PP. El clima había sido caldeado con encuestas y opinión orientada a que se convocasen elecciones, favorables para C’s, y que no convenían a Rajoy subido a la tabla de los Presupuestos. Los intereses de los partidos y los personales quedaron al descubierto en la sesión del Congreso. A Rajoy le salió mal el cálculo con el PNV, que se queda olímpicamente con el pan de los presupuestos y con la munición de los Estatutos que prepara con Bildu. La posición de los independentistas catalanes fue determinante. Cataluña ha sido el Waterloo de Rajoy y el resurgir de Rivera. Aunque el presidente hubiese tenido intención de convocar elecciones, la rapidez de la moción se lo habría impedido. Una vez presentada, la dimisión de Rajoy, además de un posible fraude, permitiría solo que el Rey, después de las preceptivas consultas, propusiese el candidato con más viabilidad que, con los números actuales, sería Sánchez a quien esa vez le bastaría una mayoría simple.
Los variados apoyos que el candidato ha debido aceptar para llegar a la presidencia del Gobierno no auguran estabilidad. Lo dijeron quienes votaron no y también, desde la banda de los sí, los catalanes como advertencia y el PNV con regodeo. Lo más sorprendente del éxito de la moción ha sido el unánime respaldo del PSOE a aceptar la fórmula Frankenstein, expresión acuñada en el seno del partido y reiteradamente rechazada. Era una línea roja que no se podía traspasar, hasta el punto que en 2016, un convulso Comité ejecutivo tuvo que frenar in extremis la moción preparada por Sánchez con esos apoyos. Qué seguridad van a tener los protagonistas de entonces que el diálogo en Cataluña no va a ser sobre la consulta sobre su independencia que han reclamado los secesionistas en el Congreso.
Al parecer en política se puede pasar en muy poco tiempo de sostener algo y su contrario; de llamar supremacista a Torrá a aceptarlo como aliado; de votar en contra de los presupuestos a utilizarlos ahora para pagar votos. Cómo va la ciudadanía a creer en los políticos con los casos de corrupción y el mercadeo del interés general.
Con este panorama es ya urgente la regeneración de la democracia que afecta a poderes del Estado y a la representación política.
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