El señor Sánchez está dispuesto a negociar una fecha para convocar elecciones, pero después de ganar la moción de censura. Es su último caramelo a los grupos parlamentarios para que le voten. Está bien: es un punto de renuncia que casi se acerca al realismo, aunque tiene también un punto de confesión de impotencia. Si no tuviese tantas ganas de ser presidente, lo haría de otra forma: pactaría la fecha de las urnas antes de presentar la moción. Todavía tiene un día para hacerlo, pero, claro, tendría que renunciar a ejercer como jefe del Ejecutivo y aceptar ser solo un personaje de transición. No encaja con sus ambiciones.
El señor Iglesias está dispuesto a presentar otra moción de censura con la propuesta original de Albert Rivera: derribar a Rajoy para convocar inmediatamente las elecciones. Como a Ciudadanos le faltan tres escaños para poder presentar la moción (el mínimo es de 35 diputados, el 10 %, según establece la Constitución), el señor Iglesias se apropia de la idea y se queda con el protagonismo. Como nada dice de presentar como candidato a un independiente, nos encontramos con el mismo caso de personalismo que se le reprocha a Sánchez. Iglesias quiere los votos de Ciudadanos, del PSOE y los que se quieran sumar, pero ser el galán de la película.
El señor dinero ha sido el primero en votar, aunque no sabemos si solo por la situación española o por la suma con la italiana. Pero ayer nos dio otro día de sobresaltos con pánico en la Bolsa y subida de la prima de riesgo, que prácticamente duplicó el nivel de hace una semana. El señor dinero quiere tranquilidad y buenos alimentos políticos. En cuanto huele movida, luce su sentido patriótico: sálveme yo, aunque se hunda España. Su actitud huidiza ha sido el primer apoyo fáctico a Rajoy. El señor dinero no lee sentencias judiciales. Como los demás señores de esta epopeya, va a lo suyo y lo suyo es crecer. La izquierda no es su preferida.
Todos los demás agentes políticos con presencia en el Congreso dicen querer echar al PP, y no solo del Gobierno, sino «de las instituciones», pero no acaban de querer al aspirante, por mucho que diga «no es un sí al PSOE, sino a la democracia». Si ese aspirante no se llamase Sánchez, seguramente estarían con él, porque nadie, salvo los votantes de los últimos Presupuestos, están dispuestos a que se sepa que optan por la continuidad de Rajoy después de la Gürtel.
Este es el galimatías en que nos ha situado la clase política. Menos mal que el primer asalto solo durará tres días más y el segundo, de Iglesias o Rivera, se puede estrellar por razón de autoría o paternidad. Río revuelto, ganancia de pescadores. Falta por saber quién será el pescador, pero sigue sonando a Rajoy.
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