Llegaron para sacudir las calles y las instituciones y para poner en solfa a una transición caducada y un régimen acomodado y corrupto. Y lo hicieron bien. Más de cinco millones los votaron porque era algo así como votarse a sí mismos. La indignación y una crisis que enriqueció obscenamente a quienes la provocaron los llevó en volandas. La crisis quebró una marcha que, pese a todas las críticas que podamos hacer del período posterior a la dictadura, había llevado a España a ser uno de los países con mayor equidistribución de la renta y que hoy presenta un índice de Gini muy preocupante. Como no era posible contrastar lo que decían con sus políticas, porque nunca antes habían hecho política, la mayor parte de sus votantes se identificaron con su coherencia: hablaban como vivían. Abrieron los balcones y llenaron los parlamentos y los ayuntamientos de aire nuevo, besos, abrazos, pendientes, camisas abiertas, rastas, bebés mamando… Pero olvidaron que cuanto más presumes de algo, más probabilidades tienes de traicionarlo y que, como escribiera un casi anciano McMillan cuando revisaba sus escritos, la peor crítica que puedes sufrir es leer lo que escribiste.
Cuando observamos la realidad lo hacemos con las lentes de la individualidad. Por ejemplo, los universitarios creen que todo el mundo va a la universidad porque todos sus amigos están en la universidad, ignorando que son una minoría. Tendemos a confundir nuestra prosperidad con la mejora general, como también nuestras miserias con las colectivas. Pero eso no es verdad y, por ello, en algún momento tus amigos acaban por decepcionarte. Acusan a Pablo Iglesias de no entender a la gente. No. Era antes cuando no la entendía. Si a cualquier persona, salvo ascetas franciscanos y místicos anacoretas, se le da la opción de vivir en un chalet de una urbanización de lujo o en un piso de protección oficial, me temo que la respuesta no extrañaría a nadie. Cuando se llega a la política, o a la empresa, o a la universidad, con veinte años, el concepto de necesidad es uno; mientras que cuando hay que pagar una vivienda, alimentar y vestir a una familia, enviar a los hijos a estudiar idiomas, pagar el abono del fútbol o del teatro… ese concepto muta. Pablo Iglesias e Irene Montero han salido de golpe de la adolescencia política. Eso no significa necesariamente que traicionen sus ideales. Muchos otros antes que ellos pasaron por la misma situación ?con menos dinero, eso sí- y se mantuvieron fieles a sus ideas, pero se encontraron con necesidades diferentes. Y la necesidad se cubre con el trabajo, con la producción; y, parece ser, la forma de producir condiciona la conciencia. Lo dice Marx.
Quienes se dedican honradamente al noble oficio de la política, que debería ser más carga que cargo, deben cobrar lo suficiente y vivir lo mejor posible. Una sociedad democrática debe permitir rentas más que dignas, aunque no escandalosas, a sus políticos, sus maestros y sus jueces. El retraso de España con respecto a los países de su entorno también viene en parte de ahí: cualquier profesional de la empresa, privada o pública, huye del servicio público porque perdería dinero. Y, como en la época de la primera restauración, la política se llena de inútiles y de ricos. En este punto, el discurso de Podemos refuerza esta tendencia.
La persecución de la derecha más ultramontana y sus medios a Montero e Iglesias sería inimaginable en cualquier país con una democracia sana, aunque llama la atención de que, dada la coyuntura española, dos personas tan formadas no lo hubieran dado por supuesto. La ejecutiva de Podemos se extraña de que la compra de una casa conllevara tanto debate político. Ignorancia, inmadurez y tacticismo pubescente. Pocos dirigentes se dieron cuenta de la magnitud del asunto. Una notable excepción fue la del asturiano Daniel Ripa, que mostró aplomo y contundencia. Que a quienes hicieron de la virtud privada paradigma de la virtud pública les estallara esta bomba en las manos era previsible, por no decir que era seguro. De todos modos, debajo de algunas de esas críticas, se encuentra esa idea de que las gentes de izquierda deben ser pobres por definición, no viajar en vacaciones, no comer marisco y no enviar a sus hijos a estudiar al extranjero. A fortiori, eso supone que a la gente de derechas se les debe comprender el lujo, la insolidaridad, el despilfarro y el robo si es menester. Pero el hecho de que esta crítica, «reaccionaria» en palabras de Echenique y calificada aún peor por Monedero, sea intolerable, no permite que algunos dirigentes de Podemos pasen, directamente, al insulto y menosprecio a quienes, desde posiciones progresistas les duele e indigna lo que está sucediendo. A nadie le molesta que Iglesias y Montero quieran criar a sus hijos en el campo, sino otras cosas. Aunque, dicho sea de paso, calificar a su chalet como «vivir en el campo» también dice bastante de cómo entienden los nuevos políticos a la sociedad rural. Más que recordar a la música tradicional, la cosa recuerda al Little boxes de Peter Segers, versionado por Víctor Jara como Las casitas del barrio alto. La verdad, tal vez lo peor para una izquierda renovadora, es que se trata de una horterada.
Desde un punto de vista político, lo más importante, significativo y peligroso, es el recurso al plebiscito. Iglesias y Montero pretenden confundir sus vidas privadas con la vida pública, mezclando privado con público y con organizativo. Esto se parece mucho a un chantaje o, cuando menos a una coacción, como se muestra en la pregunta que han forzado. No dejan opción. ¿Y si hay personas que quieren que siga Montero pero no Iglesias o al revés, y si las hay que los quieren de dirigentes pero sin el chalet o al revés, y si otras muchas combinaciones o permutaciones…? William Godwin escribiera que quien coacciona a los suyos lo hace porque cree que sus razones son fuertes pero que, en realidad, lo hace porque son muy débiles.
Recurrir sistemáticamente a los referendos, lejos de ser prueba de democracia directa, suele ser prueba de inmadurez e irresponsabilidad de los dirigentes. Una decisión personal, como es la que tratamos, tiene que ver, si hablamos en términos de coherencia, con la concordancia entre lo dicho y lo hecho por parte de las personas actuantes e intervinientes, no de otras y, mucho menos de un grupo de medio millón de hombres y mujeres. De hacerse esto viene a resultar que la coherencia personal se identifica con la popularidad. La actitud de una parte de los defensores de la decisión de sus líderes recuerda la de los forofos de Pantoja, Ortega Cano o Messi jaleándolos a las puertas de los juzgados: sus delitos serían los que fueran pero son mis ídolos y todo está orquestado por socialistas, por antitaurinos o por madridistas. Este plebiscito no está organizado contra Rajoy, ni contra Marhuenda, ni contra Rivera… sino contra Ripa, por hablar de lo más cercano.
Si las bases de Podemos dicen una cosa el partido queda descabezado. Si las bases dicen otra cosa el comportamiento de dos personas se convierte en uno de los estándares éticos de la organización. La inmadurez de unos dirigentes ha echado sobre las espaldas de los militantes una enorme responsabilidad y, salga lo que salga de este proceso, el daño es irreparable. Si, como todo parece apuntar, las bases de Podemos apoyan a su pareja dirigente dan por bueno pertenecer a ese uno por ciento de la población con más privilegios que derechos. No es nada grave. Grandes burgueses como Engels, príncipes como Kropotkin, médicos de clase alta como Malatesta, contribuyeron enormemente a la emancipación y a la libertad. Hasta el PCE le debe a Teodulfo Lagunero, un empresario del ladrillo cuando el franquismo, gran parte de su legalización, financiación no soviética y entrada en las instituciones. Pero, eso es lo importante, el discurso habrá de cambiar. Hay quien dice, tal vez exageradamente, que el chalet de Galapagar es a Podemos como la boda del Escorial fue al Partido Popular.
La única persona que puede saber si actúa bien o mal conforme a su ética es, precisamente, esa persona; y diluir esa conciencia individual en el demos es una verdadera perversión. Si las bases de Podemos dan la razón a su pareja dirigente, eso quiere decir que todo está bien y que quien diga que no lo está acabará siendo un equivocado, cuando no un traidor. Vox populi, vox dei, frase acuñada por los papas para seguir en el trono.
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