El consejero de Sanidad se despide de su colega fallecido de madrugada en el HUCA
26 may 2018 . Actualizado a las 10:57 h.Mal año 2018. Dos grandes amigos se me han ido: Chus y Rafa. Chus Otero, el Rebelde; y Rafa Sariego, el Hombre Tranquilo. Dos excelente profesionales, dos grandes personas, dos hombres comprometidos con los ciudadanos y los pacientes.
Cuando Javier Fernández me ofreció que le acompañara en este Gobierno como consejero de Sanidad pensé en infinidad de situaciones y escenarios inherentes a este cargo menos en una: Que podría llegar el momento de tener que despedir personas que han sido indudables referentes en la sanidad asturiana. Me ha pasado dos veces. Y, en los dos casos, además de magníficos profesionales, fueron compañeros en la clínica y en la gestión y grandes amigos.
Mi camino se cruzó con el de Rafa Sariego muchas veces. Nos encontramos por primera vez en 1973, cuando yo estudiaba tercero de medicina y él, que ya era un avezado cirujano en el Hospital Nuestra Señora de Covadonga, me llevaba de prácticas al quirófano y me permitía, antes de hacer manos, comenzar a familiarizarme con el escenario y el instrumental.
Siempre fue un brillante profesional, con la pericia necesaria para afrontar con garantías de éxito cualquier tipo de intervención y la prudencia justa para operar con las máximas garantías.
Cuando me incorporé a la residencia, como intensivista, me encantaba trabajar con él y trataba de hacer coincidir las guardias porque contar con el doctor Sariego siempre era un aval de gran valor.
Años después, cuando obtuve la plaza de Coordinación de Urgencias, mantuvimos una relación estrecha, con conversaciones diarias y mucha reflexión y labor en común. Él ocupaba entonces la dirección médica del hospital y compartía mano a mano con su equipo, del que yo formaba parte, el reto de la gestión sanitaria diaria. Siempre aprecié sus cualidades para coordinar y sacar lo mejor de cada uno. Tenía para esa tarea las mismas dotes que mostraba en el quirófano: seguridad y soltura. Era una cualidad innata en él, sabía cuándo apretar y cuándo dejar libertad en la toma de decisiones, aunque siempre estaba pendiente, asesorando, proponiendo alternativas y no imponiéndolas.
Más allá del ámbito hospitalario, Rafa confió en mí cuando fue consejero de Salud y Servicios Sanitarios y me ofreció la dirección de asistencia sanitaria del Servicio de Salud. Fue una etapa de múltiples desafíos en la que siempre conté con su respaldo: cuatro años de experiencia que han sido vitales para mi actual responsabilidad. Pasamos cientos de horas de horas de charla continua para tomar decisiones en un constante ir y venir entre la plaza del Carbayón y General Elorza. Su tono fue siempre cordial y constructivo, por muy complejas que fueran las tareas a resolver.
En todo este tiempo noté siempre el aliento y la compresión de un buen amigo, de un profesional desprendido y de una excelente persona a la que solo puedo agradecer todo lo que me ha aportado en lo laboral y en lo personal.
Esta es la reflexión que me hacía el pasado lunes cuando visité a Rafa en el HUCA, en sus últimas horas. Mientras subía a la planta de hospitalización hice también un repaso rápido de su gestión como consejero y me di cuenta de que ya me gustaría a mí cerrar mi etapa con un balance como el suyo que resumo en cuatro palabras cargadas de contenido para quienes hemos visto de dónde veníamos y contemplamos los niveles de excelencia a los que ha llegado nuestra Sanidad: Transferencias, HUCA, proyecto ÉDESIS, Proyectos Clave de Atención Interdisciplinar. Podría elegir alguna más pero estas cuatro representan muy bien el balance de su gestión porque le tocó gobernar la primera sanidad asturiana transferida, echó a andar el proyecto de nuestro gran hospital, sentó las bases del desarrollo tecnológico que caracteriza actualmente a nuestra sanidad y nos grabó a fuego la importancia de la calidad y la seguridad en la toma decisiones. Gracias por todo Rafa. Gracias por tanto.
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