Uno hace memoria, mira fotos de hace años, y ve como al aznarismo le brotaban las melenas engominadas, las pulseras de conchas, las medidas del Pilar, los cinturones argentinos, las colonias de Loewe, los bolsos de Carolina Herrera y las rubias de peluquería diaria y carmín de Chanel. Y ahora parece que sólo brota corrupción. Por mucho atrezzo y mucha pompa que se le ponga al delito, la ley no perdona. Qué tiempos aquellos, éramos tan felices.
Muchos somos hijos de esta época de bonanza y progreso, fueron buenos años. Gracias a las reformas del Gobierno popular nuestros padres pudieron permitirse nuestra educación privada, donde además de ensañar un temario enseñan en educación y valores; pudimos empezar a formar parte de clubs privados o mantener nuestra pertenencia a ellos, donde forjamos nuestras amistades, y porque no decirlo, quizá futuros negocios; aumentaron los bienes, las inversiones y los ahorros: se ahorró mucho. ¿Qué hay de malo en todo esto? La importancia del dinero es absoluta, tanto aquí como en cualquier lugar, porque la independencia económica es lo único que nos hará libres; y esto último no lo digo yo, lo dijo hace mucho tiempo Josep Pla.
Miramos ahora la época de Aznar al mando con desconfianza, con asco y vergüenza. Y lo veo normal, no hacen más que salir imputados de quienes formaban sus filas. Pero estaríamos mintiendo reduciendo toda esa época a esto: pelotazo y corrupción. España es un país tan envidioso que si alguien triunfa no es por su valor, por su trabajo, por su sacrificio, por su inteligencia; si alguien alcanza el éxito es porque roba y es un cabrón. En los noventa y principios del dosmil la inmensa mayoría que hizo dinero y progresó lo hizo gracias a su valía, a una no extenuante presión fiscal como la que ahora infunde Montoro y a muchas horas de dedicación. No a chanchullos ni enchufes como algunos dicen, aunque, por desgracia, estos han existido.
Mi círculo de amistades, por suerte, está compuesto en su mayoría por personas que, más o menos, han triunfado en su ámbito profesional. Muchos han sufrido los estragos de las crisis y aún están intentando capearla. El empresario que yo conozco no ese explotador capitalista e inhumano que la izquierda trata siempre de presentar como paradigma del patrón, son aquellos que se levantan a las siete de la mañana, que no tienen hora para llegar a casa, que pierden tiempo con su familia por dedicarlo al trabajo, que nunca han cogido una baja, que se preocupan por sus trabajadores, que las preocupaciones no les dejan dormir por las noches, que muchos han sufrido achaques de salud; y sí, también hay que decirlo, que suelen tener un buen sueldo -no siempre. Pero es que de no ser así, lo que serían es gilipollas, ¿quién quiere todos esas contras sin nada a cambio?
Miro las fotos, recuerdo tiempos pasados que auguran un futuro mejor. Seamos sinceros, no todo fue tan malo.
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