Cuando los medios convierten en noticia una obviedad hay que empezar a preocuparse. Dan a entender que lo publican porque no pueden reseñar lo que creen que de verdad ocurre. Es el caso de la declaración del actual presidente de Asturias, Javier Fernández, de suyo poco hablador, que ha tenido que manifestar expresa y públicamente su deseo de que el candidato socialista, Adrián Barbón, sea su sustituto. Una declaración tan innecesaria como redundante en condiciones normales. Pero no en este PSOE que ha pasado por tantos avatares en los últimos años. Las diferencias entre lo que representa Fernández y lo que trae bajo el brazo Barbón son tan grandes como para que cualquiera que siga la actividad política de cerca pueda sospechar que estamos ante una mera declaración diplomática y formal. Y punto.
El partido de Javier Fernández, elogiado por todos los históricos, tiene poco que ver con el de Pedro Sánchez, Adriana Lastra y Adrián Barbón. Aquel era heredero de Felipe González y el socialismo que transformó a fondo la sociedad española en los años 80. Pero hay que comprender que los jóvenes consideran agotado ese modelo y que en su intento de proponer alternativas la principal propuesta se inclinen primero por la de siempre: sustituir las caras que vinculan al partido con ese pasado. En eso estamos.
Otra cosa es que los nuevos sean capaces de atraer a un electorado que ha ido huyendo poco a poco primero y de manera generalizada a partir de la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Desde entonces los resultados, con y sin Pedro Sánchez, no son nada positivos. Y las encuestas no anuncian un cambio de tendencia. Quién decide cambiar prefiere optar por otras formaciones sin tanta mochila, que estén inmaculadas y carezcan de responsabilidad en los errores del pasado.
Sin embargo que esos novatos de Podemos y Ciudadanos vayan a transformar la política española parece dudoso. Ya han dado abundantes síntomas de que se comportan en líneas generales con el mismo maniqueísmo de los partidos históricos. Pero, por el momento, no han incurrido en graves escándalos de corrupción. Ni siquiera parece que hayan obtenido títulos universitarios irregulares. El ocaso del PP, cuya decadencia es de tal grado que en algún momento se asemeja a la de UCD sin que Mariano Rajoy se dé por aludido, arrastra inevitablemente a los socialistas. Porque para millones de jóvenes representan el pasado y los identifican con esta catastrófica crisis que ha disparado la desigualdad y ha empobrecido a la sociedad, que no a las grandes fortunas.
Los parlamentos que vienen van a estar lejos de mayorías estables. Fernández ha gobernado malamente entre el empuje de Podemos, la cortesía de IU y la oferta de ayuda envenenada del PP. Veremos si Barbón, más próximo a priori a los podemitas, es capaz de articular una fórmula de gobierno. Siempre que le den esa oportunidad. Que está por ver.
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